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Aún en la guerra, lo correcto prevalece frente a la obediencia debida. ¡Feliz navidad!

Deseándoles a todos una hermosa Navidad, les regalamos esta historia verídica de paz y reconciliación, donde resalta el individuo y sus valores, donde prevalece su conciencia ética frente a la obediencia debida. Esta historia sucedió en la Navidad de 1944, durante la II Guerra Mundial.

“El suceso ocurrió en nochebuena, durante la Batalla de las Ardenas. Dos jóvenes norteamericanos deambulaban desorientados por el tupido bosque de Hurtgen en la frontera germanobelga al haber perdido contacto con sus tropas. Uno de los dos presentaba graves heridas , por lo que no podían continuar caminando por aquel terreno cubierto de nieve. Desesperados, se arriesgaron a llegar hasta la puerta de una casa solitaria en busca de ayuda, pese a encontrarse esta en el lado alemán.

La dueña de la casa, al contemplar el soldado herido, no lo dudó un momento y se ofreció a ayudarles. Les hizo entrar y una vez que el joven fue atendido de sus heridas, les invitó a compartir con su familia la cena de navidad. En la casa se encontraban un niño de 12 años,Fritz Vincken, su hijo, preparando junto a ella la cena, consistente en un suculento asado. Sorprendidos por esta hospitalidad, los norteamericanos aceptaron compartir la cena y pasar la noche en la casa.

Cuando estaban ya todos sentados a la mesa, alguien llamó a la puerta. La dueña abrió y se encontró con cuatro soldados alemanes que, al parecer, habían seguido la pista de sangre dejada en la nieve por el soldado estadounidense.

Esperando que fuera la misma mujer la que confesase la presencia de los soldados enemigos, esperaron unos segundos, pero al no obtener una confesión espontánea gritaron “¿Quién está ahí dentro?, mientras lanzaban miradas de odio hacia el interior de la casa.

American soldiers in the Ardennes Forest

La dueña no se dejó impresionar y respondió desafiante: “Americanos”. Los alemanes empuñaron sus armas, dispuestos a irrumpir en la estancia, cuando ella les dijo con calma: “Vosotros podríais ser mis hijos, y los que están aquí dentro también”.”Uno de ellos está herido -continuó- y están cansados y hambrientos, como vosotros, así que entrad, pero esta noche nadie tiene que pensar en matar”.

Sin duda el espíritu navideño ayudó a que los soldados germanos accediesen a la petición de la mujer. Bajando sus armas entraron en el comedor y, cruzando miradas de mutua desconfianza fueron sentándose junto a los norteamericanos, que tan solo unos segundos antes pensaban que había llegado su hora. Poco a poco las prevenciones se fueron disipando y la cena acabó discurriendo por unos impensables cauces de compañerismo . Al final todos entonaron canciones navideñas reeditándose así las muestras espontáneas de confraternización entre enemigos que se dieron en la navidad de 1914 durante la primera guerra mundial.

A la mañana siguiente, aquella amistad surgida durante la cena no se había esfumado con la llegada del nuevo día; los soldados alemanes indicaron a los norteamericanos como llegar hasta sus propias líneas.

Fritz y sus padres sobrevivieron a la guerra. Su madre y su padre fallecieron en los años sesenta. Él por entonces ya estaba casado y al poco se trasladó a Hawai, donde abrió una pastelería, llamada “Fritz European Bakery” en Kapalama, un barrio en Honolulu. Durante años intentó localizar cualquiera de los soldados alemanes o estadounidenses sin suerte, con la esperanza de corroborar la historia y ver cómo les había ido. El presidente Reagan se enteró de su historia, haciendo referencia a ella en un discurso que dio en 1985 en Alemania, como ejemplo de paz y reconciliación.

Fritz vincken and ralph blank

Pero no fue hasta que un famoso programa de la televisión americana, “Misterios sin Resolver” emitió un programa con la historia en 1995, que se descubrió que un hombre que vivía en una residencia de ancianos en Frederick, estado de Maryland, había contado la misma historia durante años. Fritz voló a Frederick en enero de 1996 y conoció a Ralph Blank, uno de los soldados estadounidenses: sorprendentemente, conservaba todavía la brújula y el mapa de Alemania!!
Ralph le dijo: “Tu madre salvó mi vida”. Fritz confesaría después que aquella reunión había sido el punto culminante de su vida: “Ahora puedo morir en paz. El coraje de mi madre no será olvidado y muestra la fuerza de la buena voluntad”.

Fritz Vincken murió el 8 de diciembre de 2002, Fritz Vincken logró entrar en contacto con uno de los estadounidenses, pero no consiguió encontrar a ninguno de los alemanes. Murió en el 8 de diciembre de 2002, casi 58 años después del día de la tregua navideña, y 16 días antes del 57 aniversario de la noche que “Dios vino a cenar”, agradecido de que su madre consiguiera el reconocimiento que se merecía.

Incluso para los ejércitos, cada uno creyendo que están luchando por la más noble de las causas, hay siempre un visión más amplia: los soldados en esta historia no eran culpables de traición o carentes de devoción a su causa; simplemente tenían la sabiduría para reconocer que en ese momento estaba ocurriendo algo más grande que la propia guerra y extendiendo la batalla a aquella pequeña cabaña no iba a cambiar su resultado. 
Felicidades y que la Paz reine en sus hogares es el deseo de todos en Goethals Consulting, GCCViews, Widening the Pathways to Open Society e ISA Panamá.
Fuente: Historias asombrosas de la segunda guerra mundial, Jesus Hernandez

 

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