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Biden ordenó el recálculo del costo social del carbono. ¿Afectará su economía? Sin dudas

En una misiva enviada a la nueva Administración Biden-Harris, 12 jóvenes activistas globales del cambio climatico y  seguidores de Greta Thunberg, les solicitaron: “Ser mejor que Trump no es suficiente. …nuestro presupuesto de carbono para evitar los peores efectos del calentamiento global se está agotando en aproximadamente siete años. … Los objetivos de emisiones cero para 2050 llegan demasiado tarde. Sean más valientes y aumenten el apoyo a las medidas climáticas aún más en los actuales paquetes de estímulo. Sólo una transición gradual hacia la energía renovable no será suficiente para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París.”.

Y el 20 de enero, su primer día en el cargo, la administración Biden recreó un grupo de trabajo interinstitucional (IWG) y les ordenó que actualizaran el “costo social del carbono” dentro de los próximos 30 días. Muchos economistas creen que el costo, fijado tan bajo como $ 1 durante la administración Trump, aumentará hasta $ 125 en el próximo mes, y aún más alto en enero de 2022, cuando el IWG debe proporcionar un número final. La actualización podría conducir a regulaciones más estrictas sobre gases de efecto invernadero (GEIs). Y está muy atrasado, dice Tamma Carleton, economista de la Universidad de California (UC), Santa Bárbara. “Ha habido un gran cambio en la ciencia que no se ha reflejado en las políticas”.

Durante los últimos 4 años, la administración Trump derogó casi 100 leyes medioambientales y flexibilizó la regulación de la industria de los combustibles fósiles; ello redujo el “costo social del carbono”, una medida que implicó tickets aéreos bajos, estándares de eficiencia de electrodomésticos flexibles, centrales eléctricas produciendo a costos competitivos, etc. Pero ahora el costo —el precio por tonelada de dióxido de carbono (CO2) emitido, metano y óxido nitroso— aumentará drásticamente.

Calcular el costo social del carbono es complicado y se basa en complejas consideraciones que jamás podrán abarcar la acción humana. La mayoría de los economistas utilizan modelos de evaluación integrados (IAM), herramientas que popularizó por primera vez el economista William Nordhaus de la Universidad de Yale, quien en 2018 ganó un Premio Nobel por su trabajo. Los IAM proyectan la población, el crecimiento económico y las emisiones de gases de efecto invernadero a varios cientos de años en el futuro y utilizan un modelo climático simple para estimar el calentamiento en esos escenarios. Luego, calculan el daño económico que resulta de este calentamiento (inundaciones, muertes por calor y más) y el costo resultante en el producto interno bruto (PIB) de una nación. Este daño económico se traduce en un precio presente utilizando una tasa de descuento, que representa tanto el mayor poder adquisitivo esperado de las generaciones futuras (que baja el precio actual) como el valor que le damos a evitar daños a ellas (lo que lo eleva).

Esa cifra está diseñada para reflejar el equivalente monetario de los daños causados por una tonelada de emisiones de carbono. Por esa razón, es fundamental para las decisiones sobre la rigurosidad de las próximas regulaciones del poder ejecutivo que regirán la economía de los combustibles de automóviles y camiones, los límites de emisiones para las centrales eléctricas, los requisitos de eficiencia energética para los electrodomésticos y mucho más.

Si el costo social del carbono se fija alto, veremos regulaciones agresivas que reducirán significativamente el riesgo de cambio climático. Si el costo social del carbono se establece bajo, el riesgo no se reducirá tanto según esta visión reguladora de los científicos.

En 2009, la Administración del presidente Barack Obama dijo que el costo social del carbono sería de alrededor de US$52 en 2020. En 2017, el presidente Donald Trump y sus representantes redujeron esa cifra a entre US$1 y US$6.

La mayor parte de la diferencia se debió a diferentes respuestas a una misma pregunta: si tenemos en cuenta el daño causado por una tonelada de emisiones de carbono, ¿debemos considerar el daño a todo el mundo, o simplemente el daño solo a los Estados Unidos?

El Gobierno de Obama eligió la medida global. La Administración Trump eligió la medida interna.

Ahora bien, todos estos modelos utilizados para parametrizar y querer definir el comportamiento global desde un par de oficinas convenientemente climatizadas, llevan siempre a resultados equidistantes unos de otros dependiendo de qué factores utilizar; y es importante en este punto aclarar lo siguiente cuando desde la maquinaria mediática mundial se nos aterroriza con el cambio climático (antes calentamiento global) y logran así apoyo irrestricto a ojos cerrados (casi como ahora con el Corona virus): el carbono es un elemento; el dióxido de carbono es un compuesto. El carbono es un sólido; el dióxido de carbono es un gas. El carbono, como las cenizas en el aire, el polvo, etc, puede ser dañino para la salud; el dióxido de carbono es inocuo, salvo en concentraciones muy altas (por encima de las 10.000 partes por millón) y aun así solo después de un exposición larga y continua. Al contrario que el carbono, el dióxido de carbono es inodoro e incoloro y, excepto lo destacado, no solo no es tóxico, sino que es indispensable para la fotosíntesis (¿recuerdan el ciclo de vida de las plantas?) y por tanto para toda la vida. El “carbono”, entonces, hace que la gente piense en hollín, humo, cielos nublados, grises; el “dióxido de carbono”, no.

Por eso los partidarios de lo verde, los Greta followers, los comunicadores e influencers del tema, convenientemente llaman a reducir “las emisiones de carbono” en lugar de “emisiones de dióxidos de carbono”. Y aunque parezca semántica la diferencia, en realidad, lo que subyace por debajo es una portentosa maquinaria global combinada de impuestos, protecciones, subsidios y regulaciones diseñadas desde la fatal arrogancia, que siempre define perdedores y ganadores.

Por ejemplo, en los últimos modelos utilizados, se consideraba que para estimar el costo social del carbón, se debía analizar la “función de daño’”, pero era sesgada hacia lugares ricos y templados. Ahora, los economistas del Climate Impact Lab, un consorcio académico, están haciendo estas estimaciones sector por sector, país por país, basándose en conjuntos de datos masivos que capturan, por ejemplo, cómo los fenómenos meteorológicos extremos provocados por el efecto invernadero ya han reducido los rendimientos agrícolas o han impulsado aumentar la mortalidad. Se espera una serie de estos estudios para el próximo año, a tiempo para informar el número final de IWG.

Aunque es probable que estos estudios de función de daños aumenten el costo social del carbono en general, Tamma Carleton, investigadora del citado Instituto, dice que las tendencias sector por sector no siempre son intuitivas. Por ejemplo, gran parte del costo del carbono de la era de Obama estaba relacionado con el aumento de la demanda de energía y el gasto en aire acondicionado. Pero según las nuevas estimaciones, es probable que el gasto energético total disminuya ligeramente, ya que la disminución de la demanda de calefacción supera la lenta adopción de los dispositivos de refrigeración en los países más pobres. La mortalidad relacionada con el calor es una historia diferente: las estimaciones anteriores de IWG lo hacían contribuyendo $ 2 al costo total del carbono. Pero nuevas estimaciones empíricas sugieren que las muertes por calentamiento superarán rápidamente la caída en las muertes por congelación, agregando aproximadamente $ 23 a la cifra de costos.

Estas funciones de daño aún conllevan grandes incertidumbres, dice Ben Groom, economista de la Universidad de Exeter. Las capas de hielo podrían colapsar más rápido de lo previsto, las costas inundadas o podrían surgir nuevas tecnologías para ayudar a mitigar o adaptarse al cambio global, reduciendo su daño económico. “En general, no tenemos idea de cuáles serán los daños, en realidad”, dice Groom. “Con su dependencia del PIB, los modelos tampoco hacen un gran trabajo al capturar lo que hace feliz a la gente, incluido el valor de la naturaleza y la biodiversidad”, dice Frances Moore, de la Universidad de California Davis. El año pasado, Moore publicó un estudio que intentó dar cuenta de esos valores y multiplicó por cinco el costo del carbono.

Han observado, ¿verdad?? ¿Podrían estandarizarse cada una de los millones de conductas, gustos y preferencias de los habitantes de este planeta como se pretende??

Y ahora vayamos a lo realmente importante del asunto y cómo su/nuestra economía puede cambiar radicalmente a pesar de vivir en un país distinto, estar desconectado (en apariencia) del Acuerdo de París y cuestiones que jamás deberían interferir con nuestros proyectos de vida.

Sobre el comercio internacional puede haber ligeras pérdidas de competitividad en los US, de acuerdo a países sólidamente posicionados frente al cambio brusco en tasas “verdes” aplicadas. Respecto al efecto sobre los precios relativos, la nueva política ambiental provoca 1) una disminución del precio del trabajo y del capital y 2) un aumento de los precios de la energía y los permisos de emisión. A medida que los permisos de emisión son más escasos aumenta el precio de los factores y productos intensivos, el precio del factor trabajo disminuye debido a que la política climática induce una menor acumulación de capital, y si la tasa de capitalización disminuye, los salarios tienden a disminuir.

Los impactos sectoriales surgen de una combinación de efectos por el lado de la oferta, donde los sectores más intensivos en emisiones aumentan sus costos de producción y por el lado de la demanda, donde el precio más alto de los productos intensivos en emisiones hace disminuir su consumo.

Los sectores más afectados serán el de extracción de carbón, de extracción de crudo y gas, el sector Industria del refinado de petróleo y el sector Gas natural, la minería , etc. El sector Eléctrico aún cuando la producción de electricidad es más flexible. Un grupo amplio de sectores como la Agricultura, Industria química, Industria metálica, Manufactura, Transporte aéreo, Transporte por carretera, verá afectada su actividad productiva.

Posiblemente haya un cambio en uno de los pocos sectores que pudiera aumentar su actividad , que es el sector Transporte marítimo. Aunque es más intensivo en emisiones de gases de efecto invernadero, (GEIs) lo es menos que sus sustitutos más cercanos: el sector Transporte terrestre y el sector Transporte aéreo. Esto provoca que parte de la actividad de transporte de pasajeros y mercancías se canalice a través de dicho sector. Y si bien inicialmente esto sucederá en los Estados Unidos, y podría alegrarnos que en Panamá tuviéramos eventualmente más tránsito por el Canal, no dejemos de pensar que por la misma razón, se pudieren perder turistas. Siempre va a haber una distorsión en la economía. Por esa razón, nunca es buena la planificación centralizada. Nunca. Los ganadores y perdedores deben definirse en el mercado, no desde una regulación.

Otra consecuencia, incluso inesperada, que podría afectarnos en el país, es que Janet Yellen, defensora de la acción climática desde hace mucho tiempo y partidaria de la fijación de precios del carbono, ha sido nombrada como secretaria del Tesoro. Junto con la reciente decisión de la Reserva Federal de unirse a la Red para un Sistema Financiero más Ecológico (NGFS por sus siglas en inglés), Yellen tendría un sólido mandato para incorporar el riesgo climático en las responsabilidades de supervisión básicas de los reguladores financieros.

Aunado a lo anterior, las industrias y mayores emisores de carbono, ante el aumento considerable ya previsto, pudieran cruzar fronteras en busca de jurisdicciones no reguladas o con regulaciones más livianas, para evitar pagar la parte que les corresponde de los costos.

Y ello dará pie a más generaciones de listas de países no cumplidores y burocracias para prevenirlos. Y ya debemos decir basta a las listas señaladoras de virtud.

Qué conveniente, que mientras los sectores productivos deberán trabajar cada vez más para asumir más costos que más tarde o más temprano terminarán pagando los sectores más vulnerables, del otro lado, se mantiene una burocracia parasitaria estatal globalizada y eximida de todo impuesto, que seguirá viajando en primera clase en aviones comerciales, cuando no jets privados, alojándose en hoteles de primera clase y dando conferencias que seguirán impregnando el miedo a las masas, para así mantener férreo el privilegio del que gozan gracias a los tontos útiles, que en lugar de cuestionar, sólo aplauden y demandan “hacer algo”, cuando la solución está en el mercado y no en los gobiernos, y más aún, en un gobierno que lidera a nivel global, nos guste o no.

Increíblemente, les cargan a las futuras generaciones el pago de una pesada deuda tomada para todos estos proyectos verdes, pero no les importa, porque en el largo plazo estaremos muertos, como decía Keynes; pero en este caso, contradictoriamente, sí actúan queriendo proteger a las futuras generaciones, que posiblemente gracias a esto, vivan una vida más verde, eso sí, como en las cavernas, con más naturaleza y aguas claras, pero miserables. ¿Cómo se atreven?

About the author

Irene Gimenez

Irene Gimenez, analista internacional. Es abogada con maestría en economía y ciencias políticas. Su especialidad es el análisis económico del derecho. También tiene especializaciones en temas financieros, tecnología y globalización. Su preferencia hoy día es analizar el impacto de los desarrollos bajo tecnología Blockchain y el impacto que ello generará en las próximas décadas.

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