Educación, en cuanto se aplica al ser humano, es aquel proceso que nos desarrolla los procesos cognitivos desde cero en el vientre materno hasta dónde sea que podemos llegar según una inmensa amplitud de variables. Y, el buen desarrollo de la cognición implica o involucra el proceso de analizar la naturaleza de la Creación en la cuan nos encontramos inmersos. Nacemos y evolucionamos inmersos en las increíbles realidades de un complejo universo que nos llama y reta a su exploración. Y, mientras mejor lo logramos entender, mejor nos puede ir.
Visto así, la educación se inicia en el hogar en asociación con nuestros padres, hermanos y más allá; es decir, es un proceso de socialización, dado que el ser humano es un ser social, incluyendo lo emocional, cuyo desarrollo cognitivo está íntimamente relacionado con los demás miembros de nuestra especie.
En cuanto a lo “emocional”, es esencial y elemental entender que el motor de la educación está en las emociones; esas que abundan en el jugar que nos invita a sentir y disfrutar la vida y la aventura de exploración en risas junto a otros. Por ello, los claustros gubernamentales que osamos llamar “educativos” no pasan de ser una aberración; sitios en dónde se extingue el juego y la risa, y con ello el deseo de explorar el universo que nos rodea.
A todo ello, y desde muy temprano en el proceso educativo en la familia, vamos aprendiendo y adaptando en un sentido moral, vocablo que nos viene del término “moris” o “costumbres”; que abarcan nuestras valoraciones del mundo, de dónde formamos normas de subsistencia, adaptación y desarrollo que nos permiten vivir en armonía con los demás.
El problema con lo social se complica y agudiza cuando pasamos de la interacción de la familia, el barrio y, eventualmente llegamos al estado y a sus gobiernos; esos que, idealmente, procuran mejorar la seguridad del rebaño. Tristemente, los gobiernos o la gobernanza, que típicamente se traduce en ‘poder’ son sumamente corrompibles, pues como ya debíamos saber, el poder corrompe, y si es absoluto corrompe de manera absoluta. De hecho, a través de la historia, los gobiernos han surgido a través o de las invasiones y las conquistas; ¿acaso no es eso lo que estamos viendo hoy entre Rusia y Ucrania?
Y, cuando enfocamos lo moral, nos adentramos en el ámbito de lo religioso, con lo cual todo se complica aún más; o, tal vez, se simplifica, dependiendo del enfoque moral o sobrenatural. A través de la historia la educación privada fue diversa y flexible, mientras que la gubernamental tendía a ser inflexible y controladora.
Es más, desde que llamamos a las escuelas gubernamentales “públicas”, entramos en el mundo del engaño, ya que las privadas también están disponibles al público. Más aún, las escuelas gubernamentales son un afronte a la libertad humana, al derecho de escoger; particularmente cuando consideramos que las gubernamentales se financian con dinero de la gente, que si no tienen la capacidad económica para ir a las privadas quedan condenadas a las gubernamentales que suponen ser seculares.
Resulta contradictoria la educación centralizada cuando consideramos el mandato preambular constitucional que anuncia en su mismo inicio el “garantizar la libertad”. Y más aún, de “exaltar la dignidad humana”. ¿Acaso es “digno” que te quiten el dinero a punta de pistola para luego meterte forzadamente en mazmorras gubernamentales que poco o nada educan? Un sistema politiquero que lo que sí logra es empoderar a los sindicatos magisteriales cuyo enfoque primario está no está en la creación de emprendedores sino el mejoramiento de salarios y tal.
En fin, si valoramos la libertad, debíamos valorar el derecho a escoger la educación de nuestros hijos.
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