La Ley, ¿puede prostituirse cuando se reúnen los legisladores?
Creas o no en Dios, sería insensato no admitir que la vida es un regalo divino, físico, intelectual y moral que, como sus mayordomos, estamos llamados a preservar y perfeccionar; para lo cual hemos sido dotados con facultades maravillosas en medio de una colección infinita de riquezas a lo largo del universo. Pero, de todos esos regalos los más extraordinarios son la vida, la libertad y el derecho de ser propietarios de aquello que cada quien crea; todo lo cual es previo a cualquier legislación humana. No hace falta una ley para que alguien nos conceda esos derechos, como tampoco hace falta una ley que nos diga que el asesinato es ilegal, pues es mucho más que eso, es inhumanamente inmoral; sin embargo, matar en defensa de nuestra vida o la de otros no es inmoral.
En el sentido de lo señalado en el párrafo precedente, y como bien lo señaló en su momento Frédéric Bastiat: “¿Qué, entonces, es la ley? Es la organización colectiva de los derechos personales a la legítima defensa.” En el sentido expuesto está el gobierno, justo y duradero que garantice las mayores oportunidades para el bienandar y el bienestar. Pero ¿qué ocurre cuando, como señaló Bastiat en el título que cito en este escrito, la ley es pervertida y puesta al servicio de los inescrupulosos?
¿Cómo es que quienes son ungidos del poder para hacer el bien lo convierten en una siniestra herramienta del mal? La misma ley que toma la fuerza colectiva de la ciudadanía y la tuerce a punto que deviene el saqueo o la explotación de los justos. Se viola la propiedad, la libertad y hasta la misma vida, a tal punto que el pillaje se convierte en un derecho (partidas circuitales); mientras que el legítimo derecho a la defensa es convertido en crimen.
La gran degeneración cultural y social que nos está enfermando mucho más que una virulenta pandemia es el deseo desordenado de quienes quieren vivir a costillas del prójimo; y esta no es una acusación temeraria, sino una realidad que se repite una y otra vez a lo largo de la historia humana y que hoy entre nosotros vuelve a asomar su horrorosa faz, ausente de vergüenza. Estamos evidenciando la brutal rapiña de lo público y de lo privado; y, cuando eso se convierte en lo común, la sociedad está camino al desastre.
Entonces, y como nuevamente señala Bastiat, ¿cuándo se detiene el pillaje? Se detiene cuando llega a ser más doloroso y peligroso que la labranza del justo. El problema es que eso no va a ocurrir hasta que la población lo reconozca y se hastíe de semejante inmundicia empobrecedora.
El hecho de que en Panamá todos sepamos que la corrupción está grabada en la misma constitución. Y peor, que se diga sin pena que, luego de una constituyente podríamos terminar con algo mucho peor. Los ejemplos sobran, tal como esa institución que osamos llamar Autoridad del Tránsito y Transporte, cuya actividad está viciada en corrupción. O muchos ejemplos más conocidos. En fin, la ley no puede ser respetada sino hasta que la misma sea respetable; y nuestras leyes y, en gran medida sus legisladores, no son respetables ni cumplibles.
Y, finalmente, cuando quienes dicen las cosas que estoy diciendo son señalados como teóricos subversivos, que vivimos en utopía, que buscamos la destrucción de la sociedad, bien podemos advertir que se acercan malos tiempos. En mi caso, como ya he señalado en diversas ocasiones, se ha intentado, desde instituciones del estado, evitar que hable en instituciones de la educación superior; pero no hay reparos para que allí hablen quienes promulgan caminos a Venezuela y tal. ¡Mejor vayamos despertando!
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