Tanto la tulivieja como el cambio climático atraen a quienes gustan de las fábulas o, digamos, la ficción. Hoy día no parece pasar un solo día sin que en algún medio los periodistas no estén generando su chin-chin con algún cuento climático. Pero, mientras los lectores y audiencias de TV se sientan embobados comiendo los cuentos de Tulivieja, nos vamos distrayendo de la realidad y de las cosas que sí importan; tal como la conservación de los suelos.
Mi madre construyó una casa de suelo cemento en las faldas del cerro Gaital, en el Valle de Antón y por años no tuvimos ningún problema en cuanto a que el terreno loma arriba era escarpado; hasta que otra persona lo compró para hacer una casa y derribó todos los árboles y removió todas las grandes rocas de su terreno, creando una gran extensión de nada con grama. Un día se desmandó tremenda lluvia y los torrentes de agua que bajaron del Gaital llenaron toda nuestra casa de tierra. A la larga fue bueno, ya que nos llenó el terreno de una excelente y fértil tierra superficial. La moraleja es que no debemos promover la aceleración de la escorrentía de las lluvias ya que no sólo se lleva el suelo superficial, sino que el agua ya no percola al suelo y se produce un efecto de desertificación.
En países asiáticos los agricultores aprendieron a cultivar arroz en laderas; para lo cual creaban hileras de montículos que desaceleraban la escorrentía permitiendo la percolación del agua. De hecho, hasta los indígenas panameños antes de la llegada de los españoles usaban este sistema, junto con zanjas con peces; es decir, conocían la acuicultura, uno de los secretos de la fertilidad o ciclo de la caca y la descomposición.
En Panamá hemos desnudado ¾ de la selva del país creando desiertos llenos de caca de vacas cuyo mayor pasatiempo es emitir metano por sus tubos de escapes intestinales; peos metánicos. Lo que se nos escapa es que el eslabón entre las actividades humanas, el carbón y el clima es el agua; ya que el suelo desnudo retiene menos agua y produce desertificación y disminución de la fertilidad y, con todo ello, más CO2 en la atmósfera. Ni hablar que la escorrentía se lleva todos los fertilizantes, pesticidas y otros contaminantes a los ríos y al mar.
A todo ello, los llamados progres, zurdos empedernidos, luego de la caída del Muro de Berlín, vieron en todo ello la oportunidad de oro para convertir el cambio climático en su dogma de fe; el cuento de la tulivieja, para reclutar a millones de incautos distraídos. Dicho en términos simples: los combustibles fósiles son esenciales, ya que nos permitirán efectuar la migración hacia otras fuentes de energía limpia y económica; poniendo énfasis en “económica”.
Tristemente, tantos mal llamados “ambientalistas” distraen de los verdaderos mecanismos de mayordomía planetaria. El secreto del agro está en el suelo, ese que apodamos “tierra”; el material del cual vinimos y al cual regresamos al fin del camino.
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