Alguno dijo por allí: “El problema no está en los gobernantes sino en quienes los eligen para gobernar”. Sí, y el problema tiene profundas y larguísimas raíces, ancladas en un pasado en el cual la hoy Panamá y entonces Castilla de Oro, no era más que la finca del rey de España, quien no mandó a Cristóbal Colón a asentar nuevas tierras de libertad sino a buscar tesoros para saciar las ingentes necesidades de Su Majestad.
De hecho, en las carabelas de Colón sólo viajaron hombres; es decir, no venían a quedarse. Muy diferente fue con los colonos ingleses que llegaron a los hoy EE.UU. con sus familias, escapando la tiranía de su rey. Allá se desarrolló una sociedad que dio luz a una constitución única en la historia humana; una constitución que consagró el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Y cuando hablo de “propiedad” no me refiero sólo a bienes materiales, sino a la propiedad de nuestro cuerpo y de sus facultades de pensamiento, palabra, tránsito y apropiación no violenta.
A diferencia de los EE.UU., en la finca del rey, conocida como Castilla de Oro, los súbditos no tenían libertad para comerciar sino con anuencia y licencia del rey; dado que no era lícito comerciar dentro de la finca del soberano a menos que éste, a través de sus Pedrarias, diesen las licencias que hoy llamamos “cupo” y tal. El comercio entre quienes no tenían licencia, era una actividad “informal”, tolerada por las “autoridades” a cargo de gobernar. Poco ha cambiado desde entonces; con ya cerca del 60% de la actividad económica en Panamá informal y el resto más o menos en la formal. Pero, adonde voy es al análisis del grado de desorden que vemos en nuestro medio.
Hoy, sentado cerca de la puerta cochera de consultorios médicos esperando que mi hija me pasara a recoger, le comenté al seguridad el escándalo de cláxones en la calle; y como para hacer énfasis, llegó un sujeto y se estacionó en la puerta cochera y comenzó a sonar su claxon, fututo, pito, bocina. ¿Qué clase de ser humano se comporta así? Y no era el primero que hacía lo mismo. El conserje salió a indicarle que la puerta cochera era para recoger y no estacionarse y que por favor no pitara ya que, entre otras, estaba en área hospitalaria. Ello dio lugar a insultos, gritos y tal; mientras afuera las bocinas sobaban el desespero de desconsiderados conductores.
De regreso a casa, mi hija conduciendo, le fui mostrando y comentando las razones del desorden. En síntesis, un desorden orquestado por la corruptela e incompetencia de las “autoridades del tránsito” encargadas de gobernar. Duele llamarles “autoridad”. Y, por casualidad, en esos momentos le respondía un chat a quien en un tiempo estuvo a cargo en la Dirección el Tránsito, y fue despedida porque intentó mejorar las cosas.
Comentaba la exdirectora de los desórdenes viales en Panamá Norte y el caso de la estación del Metro en San Isidro, la cual ya lleva unos 3 años terminada su modificación y no la ponen a funcionar: “Nadie sabe la razón ni las autoridades las dan”. Mi contestación fue simple: “El propósito de esas mejoras era resolver el tránsito $ y no el vial.
En fin, cualquier persona algo versada en el manejo del tránsito vial puede conocer y mejorar notablemente el asunto; pero, no interesa, ya que la política y los políticos no están para eso, sino recoger el oro y regresar a España.
200 años de vida independiente y todavía se le ocurre echarle la culpa de nuestro subdesarrollo a España y a los españoles. Su “análisis” no resiste media página ni cinco minutos de debate.
Estimado Otto: Si fuese a culpar a España por la triste forma en que evolucionó la gobernanza en estos lares, tendría que alabar a Inglaterra por la forma en que se desarrolló en Norteamérica, lo cual no tendría sentido. Tal vez fallé en no dejar eso claro. Saludos.