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Segregando el ‘Proletariado’ de las élites comunistas.

Un político estadounidense visitó Rumania a fines de la década de 1970 y se preguntó por qué la tierra agrícola verde no tenía fincas en cada campo, como es el caso en las zonas rurales de América.

La intérprete que lo acompañaba, con aspecto incómodo, no respondió a la pregunta por temor a represalias si le decía a un visitante que los agricultores habían sido sacados a la fuerza de sus tierras después de la confiscación masiva. Ella habría sido severamente amonestada  por contar que habían mudado a aldeas con casas abarrotadas, muchas de ellas hechas de ladrillos de arcilla, o en apartamentos de bloques de hormigón en la ciudad.

Las tierras de los agricultores habían sido convertidas en granjas cooperativas dirigidas por la división local del Partido Comunista, en las que los antiguos propietarios tenían que trabajar el suelo, producir los cultivos y cosecharlos y solo recibir un pequeño porcentaje de la cosecha, mientras que el gobierno totalitario se llevaba la mayor parte.

Fue una ingeniería social ideada por los soviéticos para separar por la fuerza a la mayoría de la población de sus propiedades, y para hacerlos dependientes del gobierno comunista en todas sus necesidades: comida, vivienda, electricidad, agua, atención médica, transporte, educación y entretenimiento.

Mi esposo estadounidense no podía entender por qué no se le permitía entrar al ayuntamiento, o por qué había ciertas áreas limitadas para los extranjeros. No entendía que las mismas áreas que le estaban prohibidas, también estaban fuera de los límites de las masas populares.

Tampoco entendía por qué los extranjeros y las élites del Partido Comunista podían alquilar habitaciones en buenos hoteles, mientras que el proletariado quedaba relegado a hoteles baratos con muebles rotos y mala comida.

El extranjero que venía de vacaciones tenía que alquilar una habitación separada de su esposa rumana, y pagar caro, a menudo en dólares. Las tarifas de las habitaciones y los servicios eran muy diferentes.

Segregación bajo el Comunismo

El proletariado de las ciudades y los campesinos empobrecidos en las áreas rurales fueron segregados de sus amos comunistas en todos los aspectos de la vida.

Todos los miembros del Partido Comunista, los organizadores de la comunidad y los bloques de informantes de escala menor, que reportaban a la policía sobre las idas y venidas de cada familia que vivía allí, compraban en sus propias tiendas de comestibles y ropa. Estos informantes y colaboradores del partido recibían dinero extra cada mes y raciones de comida que superaban a todos los demás.

Los comunistas, incluso los funcionarios de más bajo nivel del partido, tenían sus propios policlínicos, médicos y hospitales. No faltaban buenos médicos y medicinas para aquellos que eran leales al Partido Comunista.

El proletariado, en cambio tenía que ver al único médico asignado en su vecindario con miles de pacientes en espera. El médico sobreexplotado y mal pagado a menudo recurría a sobornos para complementar un ingreso igualitario, determinado por los comunistas que implementaban condiciones laborales injustas. Ellos no tenían idea de economía ni tenían interés en planificar una sociedad basada en la igualdad de oportunidades y la equidad. Simplemente tenían el don de la palabra y estaban dispuestos a matar por su retórica ideológica.

Los ciudadanos rurales tenían una existencia aún más miserable y recibían el cuidado en salud de una enfermera de la aldea, ¡si tenían suerte de tener una! No tenían tiendas y debían sobrevivir con las raciones agrícolas de la cooperativa y sus propios jardines.

Mientras el proletariado tenía una piscina municipal con agua sucia que a menudo causaba brotes de enfermedades, las elites tenían sus propios centros turísticos en las afuera de las ciudades más grandes, con comunidades cerradas y protegidas por custodios personales. A menudo sus villas habían sido confiscadas a ciudadanos acusados de ser “burgueses”.

Una vez al año, si tenía suerte, un trabajador común podía ir sol, sin su cónyuge a un centro turístico del proletariado donde se alimentaba mejor, recibía baños de barro y azufre y otras actividades relajantes.

La ‘igualdad’ de las élites comunistas

Los gobernantes del Partido Comunista a menudo festejaban los fines de semana en restaurantes donde la cuenta era pagada por el Partido o por los sobornos que recibían. El proletariado nunca vio el interior de un restaurante porque simplemente no podía pagarlo con un salario de USD 70 por mes.

La educación superior se reservó primero para los hijos de las élites. Los hijos del proletariado podían pelear por los escaños restantes en cualquier universidad después de que las elites fueran admitidas, a menudo con calificaciones muy bajas.

Ciudadanos de Bucarest agitan banderas rumanas mientras realizan una manifestación anticomunista en la Plaza de la República el 21 de diciembre de 1989, poco antes de la caída del régimen comunista. (AFP / Getty Images)

Los comunistas estaban por encima de la ley sin importar cuán atroces pudieran haber sido sus crímenes, mientras que el proletariado era castigado por crímenes reales tanto como los supuestos e imaginados.

El proletariado tuvo que viajar en los destartalados autobuses que arrojaban humos asfixiantes y trenes oxidados, mientras que las elites tenían sus propios automóviles, algunos con chofer, dependiendo del rango de partido.

El trabajo voluntario era involuntario varias veces al año, incluida la época de la siembra y cosecha de otoño, sin embargo los hijos de los comunistas estaban exentos.

Después de graduarse en la universidad, los estudiantes comunistas recibían los mejores trabajos y tareas, mientras que el resto era enviado a pueblos lejanos sin transporte público, agua, electricidad ni médicos; una existencia que el tiempo dejó en el olvidó.

Después que los boletos de primera fila se distribuían a los comunistas, a los proletarios se les ofrecían boletos en la galería que no podían pagar; en cambio tenían que costearse: facturas de alquiler, comida y electricidad. A diferencia de la falsa retórica, ¡nada era gratis!.

El entretenimiento no era importante para los trabajadores que estaban cansados de estas mentiras flagrantes. Las obras de teatro y los espectáculos siempre glorificaban al querido líder y al Partido Comunista que “desinteresadamente” protegía al proletariado de los “capitalistas malvados”.

Aquellos del Partido que se mudaron al Oeste y continuaron apoyando y promoviendo el Comunismo a través de sus votos, decididos a cambiar el Occidente en una sociedad comunista, eran generalmente miembros del Partido y su familia vivía una vida privilegiada, separada de la dura vida del proletariado.

Solo un cambio de régimen por medios violentos puso fin a la segregación de clase entre el proletariado y las élites comunistas en Rumania. Sucedió a través de un golpe militar durante la Revolución de diciembre de 1989.

Por Ileana Johnson – La Gran Época

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