GCC’s View

Un día sin hombres blancos.

Hace más de treinta años el profesor Alan Bloom, en “The Closing of the American Mind”, nos prevenía del cáncer que se cernía sobre la educación en humanidades en los Estados Unidos, con el surgimiento un movimiento de políticas de identidad influido por el posestructuralismo francés y por el neo marxismo de la Escuela de Frankfurt. Este movimiento que no tenía nombre en los ochentas, ahora se denomina despectivamente, “corrección política”.

En los ochentas la corrección política se exponía más como una crítica al canon literario occidental; mostrando que estaba dominada por “los grandes hombres blancos muertos”. O sea que el canon establecido de la literatura occidental y las narrativas históricas tendían a sobre representar a los hombres blancos muertos a expensas de las mujeres, de las literaturas de las personas de color en otras partes del mundo. Esta crítica es válida, pero también es cierto en que hasta hace poco la narrativa de la cultura occidental estaba hecha por hombres blancos. No era producto de discriminación, pero era así.

En la época de Alan Bloom se corrió a buscar autores mujeres y de minorías étnicas y se trató de encajar la ficción de que sus trabajos eran de igual valor que los clásicos escritos por hombres blancos que reemplazaban. En algunos casos era verdad, como en el caso de Jane Austen o Hannah Arent, pero en muchos era reemplazar obras de gran valor por mediocridades escritas por mujeres o minorías étnicas en una acción afirmativa de la cultura. Lo cual nos lleva a un fenómeno simultaneo y paralelo. La acción afirmativa en admisión a las universidades y la contratación de profesores. Si el canon literario occidental estaba dominado por hombres blancos muertos, las universidades estaban dominadas por hombres blancos vivos. Por lo tanto para auspiciar el aumento de las minorías étnicas y las mujeres, se establece un patrón de acción afirmativa, o como diríamos en español de manera contradictoria, “discriminación positiva”.

De acuerdo con esta medida, las Universidades tendrían requisitos más favorables para la admisión de estudiantes femeninos o de minorías étnicas. Y si se era mujer y de una minoría étnica oprimida, todavía mejor. Algunos de esos requisitos eran positivos, como ayudas financieras para los estudiantes desfavorecidos, pero otros, como reducir los requisitos académicos, eran negativos tanto para estudiantes como para profesores. Lo peor es que como esta “discriminación positiva” (el término en sí es una contradicción) se fundamentaba en cosas como el sexo o la etnia, y menos en la clase social, tuvo como efecto fomentar y exacerbar las políticas de identidad. Ahora todo el mundo buscaba un antepasado de alguna minoría para calificar para las ventajas de la discriminación positiva.

Lo mismo pasaba con el sexo, ahora todo el mundo buscaba ser de alguna minoría sexual para poder calificar. Se fomentó la diversidad en las universidades, étnica y sexual, a costa de fomentar divisivas políticas de identidad, que destacaban más las diferencias entre grupos que sus coincidencias. Y lo peor es que todas estas diferencias eran contra el “hombre blanco heterosexual y cristiano”, el gran cuco de todas estas diferencias, que sin importar la clase social, era el gran opresor. Esto fue creando un resentimiento que se refleja en el nacimiento de políticas de identidad para los hombres blancos, que también ahora se ven como un grupo oprimido. Surge entonces la “alt right”, que recicla el supremacismo blanco del Ku Klux Klan y el racismo biológico de los nazis europeos, usando las políticas de identidad y las posibilidades de la Internet.

Durante los noventas y los dos mil también, ésta política de identidad se reflejaba más bien en la discriminación positiva, en el canon de lecturas, y en la creciente preocupación por el lenguaje de género neutro y la eliminación del lenguaje ofensivo que constituía una micro agresión. En los últimos años de la administración Obama se dio un aumento de la corrección política y las políticas de identidad y también con ello una reacción adversa que se refleja en aumento de los ataques mediáticos a las universidades por apoyar estas políticas.

El más absurdo choque de lo políticamente correcto y las políticas de identidad, se da en una Universidad pública de Washington State, Evergreen State College. Evergreen State College, copió la idea del autor Douglas Turner Ward un Día de Ausencia, sobre un día sin afroamericanos, lo cual inspiró Un Día sin Inmigrantes, con la idea de demostrar cómo se vería el mundo sin la diversidad. Este era el llamado Día de Ausencia. Día en que los activistas de las minorías abandonaban el Campus, para demostrar lo que se pierde sin las minorías oprimidas y despreciadas. Al Día de Ausencia, sigue el Día de Presencia, en el cual se llevan a cabo talleres para sanar las divisiones sociales norteamericanas. La idea en si no es mala.

El problema es que este año, los activistas de los “oprimidos” quisieron hacer las cosas un poco diferentes, y el lugar de abandonar ellos el Campus, les pidieron a los estudiantes y profesores blancos que abandonaran el Campus de manera voluntaria durante el Día de Ausencia. Aunque la ausencia era voluntaria, el hecho de que se les pidiera a profesores y estudiantes blancos que abandonaran el Campus fue visto como un racismo a la inversa. No es lo mismo que un grupo de personas decidan por un día abandonar voluntariamente un lugar, a que éstos les pidan a otros que abandonen voluntariamente un lugar. En el primer caso, se puede interpretar que las personas hacen uso de su libertad, en el segundo caso se puede ver como una discriminación soterrada. El escándalo no se hizo esperar. Los medios tomaron el caso. Por otro lado los estudiantes negros, preocupados por la violencia policial, acusaron a la administración de racismo. Cansados de ver lo que parecía una actitud condescendiente hacia sus críticas, los estudiantes se enfocaron el profesor blanco que había denunciado los cambios al Día de Ausencia como racismo en reverso. Los videos se hicieron virales y el profesor terminó entrevistado por Tucker Carlson en el sensacionalista canal Fox News. Esto a su vez llevó a la Alt Right a enfocarse en la universidad y en ir a protestar allí, así como en montar campañas de acoso y troleo e incluso amenazas violentas. El resultado es mayor escrutinio por parte de los políticos.

¿Se pueden hacer las cosas de maneras diferentes? Por ahora las políticas de identidad siguen fuertes. La identidad es más fuerte que una opinión. Una persona identificada como de color, corre más riesgo de ser maltratada por la policía en una detención. Una persona que se identifica como minoría sexual LGBT, corre más riesgo de suicidarse. Las opiniones en cambio no se muestran hasta que la persona las emite. Por lo tanto para los partidarios de las políticas de identidad, diversidad de opiniones, o sea, libertad de expresión del pensamiento y diversidad de identidades, no es lo mismo. Esta insistencia en las políticas de identidad tiende a justificar la supresión de la expresión de pensamientos “ofensivos” a las identidades oprimidas mientras que tiende a justificar “la rabia” en las expresiones de los “oprimidos” cuando reaccionan a estas expresiones ofensivas. Esto no conduce a un diálogo civilizado, sino a una carrera de provocaciones y reacciones, y a una progresiva radicalización del debate.

Eso es lo que llevó a Donald Trump a la presidencia y lo puede bajar de allí también. Por un lado están los moderados, que cometen el error de criticar a los que piden justicia en lugar de criticar las injusticias en sí. Por otro lado están los que creen que el fin justifica cualquier medio. Y los Estados Unidos se están radicalizando. La solución es el diálogo, pero también en abandonar el irracionalismo implícito en las políticas de identidad, herederas de Nietzsche y de Focault, la idea que no existe la verdad sino voluntades de poder. Porque si se niega la racionalidad, y todo se reduce a luchas por el poder entre identidades, no solo peligra el diálogo, sino la idea de la racionalidad en sí. Y eso es lo más cuestionable de la presente situación en los USA.

About the author

Ricardo Soto

Ricardo Soto Barrios, abogado, especialista en políticas públicas, egresado de la Universidad Santa María la Antigua. Políticamente liberal, ha participado en muchos proyectos donde se analizan las políticas públicas de Panamá desde un punto de vista liberal y se proponen alternativas. Ha trabajado en la Policía Nacional de Panamá, el Ministerio de Gobierno, y AMPYME, además de ejercer la práctica privada.

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