En nuestra querida Panamá jamás recuerdo un tiempo en que se haya practicado la democracia. El auténtico sistema democrático radica en una sana constitución que garantiza a todos el respeto a sus derechos humanos básicos de libertad de pensamiento, palabra y propiedad. Pero, en un país en el cual el agua, el gas licuado, la electricidad, el transporte, la seguridad social, etc., son “subsidiadas” por el apparatchik politiquero, el ciudadano está lejos de ser dueño de sus pensamientos, de su palabra y de su propiedad. Panamá es un país prostituido en centralismo. En contraposición y rara vez entendido, así lo expuso Mises:
El capitalismo significa libre emprendimiento, la soberanía del consumidor en asuntos económicos, y soberanía del votante en asuntos políticos. El socialismo significa gobierno plenipotenciario que controla cada esfera de la vida del ciudadano y la supremacía irrestricta del gobierno en su capacidad de controlar el sistema de producción. No existe compromiso posible entre estos dos sistemas.
Si dudas la cita anterior sólo tienes que ir al Artículo 284 de la constitución panameña cuando dice: “El estado intervendrá en toda clase de empresa, dentro de la reglamentación que establezca la Ley, para hacer efectiva la justicia social… Regular por medio de organismos especiales las tarifas, los servicios y los precios de los artículos de cualquier naturaleza… Coordinar los servicios y la producción…”
No encuentro otra forma de expresarlo: este artículo consagra el Panamá comunista. Hoy mi empleada doméstica me dijo que en el área dónde viven hay sitios en que el agua sólo llega en cisternas y que algunos les pagan coima a los conductores del IDAAN para asegurar de que lleguen a sus casas. ¿Dudas de que los panameños son esclavos del llamado “estado profundo” que yo prefiero llamar “gobierno profundo” o, tal vez y simplemente “mafia centralizada”.
Una de las dificultades en ver estas cosas es que el autoritarismo es variado y sigiloso; por ejemplo, ¿quién se pone a ver que controlando el agua controlas la población? O ¿Quiénes son los que realmente eligen al dictador de turno?; ese que dice ser libremente electo.
En sistemas políticos como el nuestro, de una oligarquía autoritaria que domina gran parte de lo que hacemos, somos víctimas de sicofantas; es decir, aduladores serviles que buscan, ante todo, su propio beneficio, completamente alejado del cacareado “bien común”. En tal sistema no hay destrucción creativa sino la perpetuación del corrupto statu quo. Fue la causa del colapso de la USSR.
Quien pretenda saber y tener la capacidad de controlar una economía es un soberbio necio; tal cual lo son los planificadores centrales. Nadie tiene la capacidad de estar al tanto de cada decisión de cada ciudadano, de cada empresa y de cada situación. Y, más allá está la pérdida de la creatividad en la diversidad; diversidad no sólo en ideas y aproximaciones sino de resultados. La esencia de la innovación descansa sobre nuestra capacidad de descartar lo que ya no sirve; tal como el MEDUCA, o la CSS para que germine algo nuevo.
Y lo peor y principio del final se da cuando ya los errores del corrupto proceder se hace patente y da lugar a lo absurdo y el fenómeno del naufrago que se aferra a lo que sea, aunque sea un ancla que lo lleve al fondo.
Lo peor está en tantos que claman por un líder, un nuevo dictador o “Papachú” que ordene su salvación. O la triste realidad de un MOP que espera que todas las calles tengan baches para repararlas con un gran contrato que de grandes réditos en coimas.
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