Bien hace Jordan Peterson al señalar que cuando habla o escribe: “escojo las palabras con sumo cuidado”; y es que si no entiendes el verdadero significado de un término, al usarlo bien podrías estar comunicando algo muy diferente a lo que imaginas. Más aún, es muy probable que quien te escucha no tenga buen entendimiento de lo que intentas comunicar; por ejemplo, el vocablo “disforia” ¿lo conoces y entiendes? Es más, pude ser que pienses: ¿y para qué voy a escudriñar el significado de semejantes palabras? Bueno, para conocer mejor la vida.
El meollo del asunto es que los humanos, las personas, no somos islas, es decir, no estamos aislados; lástima lo poco que entendemos acerca de los enormes beneficios que derivamos en el trato de unos con otros. Un par de los mayores valores de nuestra existencia social los tenemos en el conocimiento y en el mercado; es decir, el intercambio de ideas, sensaciones, productos, servicios y, particularmente, en el amor por el prójimo. Muy triste que poco vemos y valoramos el que la riqueza fluye de abajo hacia arriba; y no hablo de la riqueza monetaria sino la del conocimiento que da cabida al amor.
Estoy abordando el tema de las palabras y la importancia de conocerlas y usarlas correctamente para lograr mejor interactuación con los demás. Tomemos, por ejemplo, la segunda palabra del párrafo anterior (“meollo”), ¿conoces su origen y significado? ¿Las has usado o la sueles usar? Meollo, que viene del latín medullum, derivado de medulla o “médula”, se refiere al fondo de un asunto; lo primordial que define su esencia o características. Es sinónimo de núcleo, sustancia, fundamento, y base; que tal como “Adán”, en sentido antropológico es relato religioso o mitológico acerca de nuestro origen.
A su vez, las palabras, que son ideas, son simiente que recibimos en la asociación humana. Simientes que nacen, brotan y florecen en cada quien, tal como árboles cuyas ramas nunca se extienden igual que las de otro árbol que expresan nuestro ser único en todo el Universo. Nombrar es discriminar y, a su vez, “discriminar” es diferenciar, es conocer el origen, es distinguir. Y, hablando de “distinguir” llegamos a “distinto”, que tantos usan para decir que algo es diferente o que se distingue dada sus particulares características. Más aún, lástima que tanto la usan aludiendo al trato desigual y a la exclusión, por razones de género, religión, política, racismo y tal. En resumen, no entender todo esto es entrar en la Babel; tema expuesto desde el Génesis.
Y ni hablar si abordamos el vocablo “gobierno”, término tan mal entendido y usado. Son tantos que usan “gobierno” para referirse a quien mejor usa el timón de la barca nacional. Lástima que poco lo vemos como aquellas autoridades que mejor debían discernir entre el bien y el mal. Por ejemplo, que la auténtica subsidiaridad no germina en el gobierno sino en la familia; y, por tanto, la mejor gobernanza es aquella que origina y fluye de abajo, de la familia y que llega hasta el organismo de gobierno sin haberse desnaturalizado. El buen gobierno no es ni controlador ni destructor de la familia y su diversidad sino todo lo contrario.
Más allá, es indispensable distinguir las clases de personas e inteligencias; no como las pruebas PISA con las cuales se pretende meter a todos en una misma jaula de grillos sonoramente aburridos. Y, si verdaderamente entendemos el valor de la diversidad y de dónde nace, podríamos ver cómo deberían hacer los gobernantes para promoverla. Hablo de promover la familia en contraposición a una sociedad en la cual no menos del 90% de nacimientos no originan en una formal unión conyugal. En dónde una madre da alumbre a 12 hijos engendrados por 12 machos.
En síntesis, ¿qué podemos esperar de una sociedad como la descripta en el párrafo anterior? De un Panamá u otro país en dónde la gobernanza no funciona a favor de la familia; lo cual se denota con claridad al ver la farsa de una llamada “educación” centralizada. De ver que el 99% de la población no sabe ni leer ni escribir.
Add Comment