El liberalismo clásico pone énfasis en limitar el poder estatal a sus funciones esenciales: garantizar la seguridad y la justicia. Esto implica “remover” cualquier intervención estatal que exceda esos roles, dejando espacio para la autonomía individual y el desarrollo espontáneo de la sociedad civil. En cambio, las ideologías colectivistas tienden a “reemplazar” estructuras existentes con nuevas que reflejen su propia visión del mundo, imponiendo una hegemonía ideológica que puede sofocar la diversidad de pensamiento. En su intervención en el Foro Económico Mundial en Davos 2025, Javier Milei adoptó una postura que resulta polémica dentro del marco del liberalismo que dice defender.
Calificar al “wokismo” como un “virus” y un “cáncer” que debe ser “extirpado” no solo implica una retórica combativa y polarizadora, sino que también plantea dudas sobre la coherencia de sus declaraciones con los principios fundamentales del liberalismo. El liberalismo no busca imponer un pensamiento único, sino promover un terreno fértil donde las ideas compitan libremente en un mercado abierto de perspectivas.
La cultura “woke” tiene su origen en un contexto específico: la lucha por visibilizar las injusticias sociales y raciales. Aunque su evolución y algunas de sus expresiones han generado controversia, descalificar todo el movimiento como un mal que debe erradicarse es una simplificación que ignora la riqueza y la complejidad de las dinámicas sociales. Además, el tono mesiánico de Milei, al presentar su postura como una “cruzada global”, lo coloca en un rol de salvador que contradice el principio liberal de que los cambios auténticos deben surgir de abajo hacia arriba, es decir, de la sociedad civil y no como imposiciones desde el Estado o, en este caso, desde una figura política con aspiraciones globales.
El discurso de Milei en Davos también revela un entendimiento limitado del rol del Estado dentro del marco liberal. El verdadero liberalismo no se compromete con batallas culturales diseñadas para reemplazar una ideología con otra, sino que se enfoca en limitar el poder del Estado y garantizar las condiciones para que cada ciudadano ejerza sus libertades individuales. Emprender una cruzada ideológica contra el “wokismo” sugiere la intención de utilizar las herramientas del poder para moldear la sociedad según un modelo específico, lo cual no difiere, en esencia, de las tácticas de los regímenes totalitarios que Milei critica.
Un ejemplo concreto de esta incoherencia en el discurso es la forma en que Milei sugiere que Occidente debe alinearse en su lucha contra el “wokismo”. Este llamado contradice el principio del pluralismo liberal y la idea de que cada individuo y cada comunidad tienen derecho a decidir su propio camino. El intento de suprimir una corriente ideológica particular mediante la intervención estatal o el liderazgo global no respeta la diversidad de pensamiento ni el principio de autonomía que el liberalismo defiende.
Es importante subrayar que la verdadera amenaza al liberalismo no radica en la existencia de ideologías como el “wokismo”, sino en el uso de los mecanismos del poder para controlar el discurso público y limitar las expresiones individuales. Si Milei realmente aspira a liderar un movimiento liberal coherente, debería concentrarse en fortalecer las instituciones de seguridad y justicia, y dejar que el debate ideológico ocurra en el ámbito privado y social, sin interferencias estatales ni cruzadas impuestas desde arriba.
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