El dilema liberal de Guy Sorman plantea una reflexión clave sobre la relación entre el liberalismo y los líderes políticos que, en su nombre, buscan reducir el tamaño del Estado. En su análisis, Sorman destaca la paradoja de que figuras como Donald Trump y Javier Milei, a pesar de defender la modernización estatal y la eficiencia económica, terminan asociando el liberalismo con actitudes autoritarias, extremas y divisivas. Este fenómeno, argumenta, podría llevar a una reacción adversa que desprestigie la causa liberal y facilite el retorno de modelos intervencionistas.
Uno de los puntos centrales del análisis de Sorman es la diferencia fundamental entre el sector privado y el Estado. Mientras que las empresas están sujetas a la competencia y la necesidad de generar beneficios, el Estado, según él, no enfrenta los mismos incentivos de eficiencia. Sin embargo, esta comparación simplista omite un aspecto clave: el objetivo del Estado no es generar rentabilidad, sino proveer bienes y servicios públicos esenciales que el mercado no puede garantizar de manera equitativa. Por ello, la eficiencia en la administración pública debe evaluarse no solo en términos de costos, sino también en función de su capacidad para garantizar derechos y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Sorman también plantea una crítica a la forma en que Trump y Milei implementan sus políticas. Si bien sus ideas sobre reducir el Estado pueden ser válidas en algunos aspectos, el problema radica en su ejecución: el desmantelamiento abrupto de instituciones sin una estrategia de transición clara, el desprecio por el consenso democrático y la polarización extrema. Sorman señala que, en su afán de eliminar lo que consideran excesos estatales, estos líderes terminan enfrentándose a una oposición feroz que puede poner en riesgo la estabilidad del país e incluso derivar en un resurgimiento de políticas estatistas como reacción.
Un punto especialmente relevante es la advertencia de Sorman sobre los precedentes históricos en América Latina. La región ha vivido procesos de reformas económicas impuestas por gobiernos autoritarios, lo que ha generado una asociación entre liberalismo y represión. Este riesgo no es menor: si las reformas económicas no van acompañadas de un fortalecimiento institucional y un respeto irrestricto por las reglas democráticas, el resultado puede ser una deslegitimación completa del liberalismo y una puerta abierta para proyectos populistas que prometan restaurar derechos socavados.
Sorman ofrece una tercera vía ante el dilema liberal: la posibilidad de implementar reformas liberales sin caer en la agresión política o el desprecio por el diálogo democrático. Aquí menciona el caso de líderes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, quienes, con distintos matices, lograron aplicar reformas sin generar el nivel de rechazo que hoy enfrentan Trump y Milei. Esto implica que el liberalismo no está condenado a la polarización, pero requiere de un liderazgo que entienda la importancia de la pedagogía política y el consenso social.
En conclusión, el dilema que plantea Sorman no es menor. Si el liberalismo se asocia con el caos, la exclusión y el atropello institucional, su destino será la marginalidad y el resurgimiento de modelos opuestos. La pregunta es si habrá liderazgos capaces de aplicar reformas con sensatez o si, por el contrario, los excesos actuales terminarán por destruir la credibilidad de su propia causa.
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