En su artículo “Nostalgia del Imperio” (ABC, 2024), Guy Sorman explora cómo los conflictos contemporáneos están profundamente influenciados por la nostalgia de los imperios pasados. Sorman argumenta que las tensiones actuales, desde el conflicto entre Irán e Israel hasta las ambiciones de Vladímir Putin y China, están motivadas por un deseo de restaurar antiguos poderes imperiales, en lugar de ser meramente ideológicas o económicas. Este análisis ofrece una visión profunda y reveladora de la política internacional actual, que sigue marcada por ambiciones de dominación y resurgimiento de imperios.
Sorman comienza con el caso de Irán, que históricamente es el heredero del antiguo Imperio Persa. Aunque el Irán moderno no tiene fronteras directas ni conflictos económicos con Israel, su involucramiento en el apoyo a movimientos terroristas como Hamás o Hizbolá no puede comprenderse sin considerar su historia imperial. Sorman plantea que el actual liderazgo iraní, liderado por los ayatolás, busca revivir la grandeza del antiguo imperio persa, utilizando el chiísmo como una herramienta teológica para diferenciarse del islam suní y enfrentarse a potencias como Arabia Saudí. La causa palestina, en este contexto, es un simple pretexto: lo que realmente está en juego es la hegemonía sobre el mundo musulmán, con La Meca como un símbolo clave.
Este concepto de imperialismo disfrazado de religión y política también se aplica a Vladímir Putin. Sorman sugiere que el líder ruso nunca aceptó la disolución de la Unión Soviética y que sus intervenciones en Chechenia, Georgia y Ucrania son intentos de reconstruir el imperio ruso, más allá del componente ideológico marxista. Para Sorman, el marxismo o el chiísmo no son más que “tapaderas” que encubren ambiciones imperiales más profundas.
Asimismo, China, con su retórica marxista, se enfrenta a un proceso similar. Sorman sostiene que el comunismo en China es simplemente una herramienta moderna para justificar un deseo de restauración imperial y dominación de Asia. Al igual que Irán y Rusia, China se proyecta hacia el futuro con una visión del pasado, tratando de revivir glorias imperiales bajo una nueva fachada ideológica.
Sorman desafía la creencia generalizada de que el imperialismo terminó con la creación de las Naciones Unidas en 1945 o con la caída de la Unión Soviética en 1991. Según su análisis, el imperialismo no solo sigue vivo, sino que es más potente que nunca, con múltiples actores mundiales luchando por restablecer su influencia histórica. Irónicamente, de todos los imperios actuales, Estados Unidos es el único que recibe críticas abiertas por su “imperialismo”, cuando en realidad, según Sorman, es uno más entre muchos.
En contraste, Europa es el único continente que, según Sorman, ha renunciado por completo a cualquier ambición imperial. A diferencia de potencias como Rusia, Irán, China y Estados Unidos, Europa ha optado por centrarse en sus propios asuntos internos y en mantener una coexistencia pacífica, lo cual Sorman considera tanto una virtud como una posible debilidad.
El artículo de Guy Sorman ofrece una interpretación provocadora de los conflictos contemporáneos, sugiriendo que las tensiones geopolíticas actuales no se entienden del todo sin reconocer las profundas raíces históricas y las ambiciones imperiales que todavía moldean el comportamiento de las naciones.
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