Se ha visto que un impuesto ideal no debe pasar de un 10% y, definitivamente no más allá del 20%; lo cual es mucho más lógico cuando quienes administran la cosa pública son una banda de malhechores; que son tan ignorantes que no se dan cuenta de que podrían robar más con una tasa impositiva menor.
La ignorancia legislativa es uno de los grandísimos problemas de nuestra sociedad; es decir, legisladores o, si se quiere, diputados, que no entienden de economía. Pero, antes de seguir sería bueno ponernos en sintonía respecto al o a los significados de la palabra “economía”; la cual viene del griego “oikos” o “casa”, término que incluía todo el contenido de la casa. La palabra “oikos” asociada con el vocablo “nemó” o “administrador”, de la casa. Pero la definición mía al término es: “Cómo poner la paila con lo que nos entra”; es decir, con recursos limitados. Luego, vienen definiciones tales como “la riqueza de los recursos de un país, especialmente en términos de la producción y consumo de bienes y servicios.” Pero… realmente ¿acaso en ello está la verdadera riqueza? Y, también hay definiciones como: “el manejo cuidadoso de los recursos disponibles”; lo cual nos debería llevar a la pregunta: ¿Nuestros legisladores y políticos en general, manejan cuidadosamente nuestros recursos?.
A lo que voy es que, mal andamos cuando no entendemos que los aumentos de las leyes de impuestos no se traducen en mayor recaudo; lo cual debía ser obvio para quienes alguna vez han administrado su propio negocio. Lastimosamente, son pocos los políticos o politicastros que han montado empresas y las han administrado exitosamente; estos, más bien lo que “administran” son los recursos ajenos, y los administran muy mal. Si tienes un negocio y aumentas precios no significa que automáticamente vas a ganar más. Obviamente, disminuirá la clientela; sea que no estén dispuestos a pagar más o que puedan pagar más.
Más allá, el aumento en impuestos tiende a disminuir los recaudos a más largo plazo. Tal vez en el corto plazo el político de turno aumente su recaudo; hasta que el efecto negativo o dañino de semejante medida socave la producción y actividad del mercado. Nuevamente, en este caso, vemos que se trata de desincentivos, tal como el disminuir los ahorros del productor, los cuales son esenciales para la inversión y el crecimiento. Desgraciadamente los politicastros tienden a torcerles las mentes a la población diciéndoles cosas tales como: “es que los ricos se quieren hacer más ricos.”
La realidad es que llega el momento en que las personas muy acaudaladas ya no pueden vivir mejor y sus riquezas las usan para efectuar nuevos negocio e inversiones. Esta es la experiencia que me quedó de mi abuelo Novey y de sus hijos y mi padre, quienes crearon docenas de empresas y miles de plazas de trabajo; pero si los conocías en casa, te darías cuenta que no vivían en lujosa extravagancia.
Está el caso del economista Laffer, quien publicó la hoy famosa “Curva Laffer”, la cual explica de forma obvia lo que ocurre cuando aumentamos los impuestos más allá de lo racional. El problema con la explicación gráfica de Laffer es que es demasiado sencilla, a punto que cualquiera puede entender el mensaje y eso no les gusta a los malos políticos. En efecto, los impuestos tienen consecuencias y a partir de cierto punto dichas consecuencias se tornan negativas; particularmente par los más pobres. Se ha visto que un impuesto ideal no debe pasar de un 10% y, definitivamente no más allá del 20%; lo cual es mucho más lógico cuando quienes administran la cosa pública son una banda de malhechores; que son tan ignorantes que no se dan cuenta de que podrían robar más con una tasa impositiva menor.
En fin, el secreto de una pujante economía está en motivar o incentivas un emprendimiento que se traduzca en mejores ganancias para todos.
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