En La Prensa del 14 de enero de 2020 sale a relucir una vez más esa tendencia de ver a la sociedad como un hato de ganado que debe ser harreado por los iluminados burócratas estatales. El titular que me movió a escribir al respecto lee: “Nuevas plazas de empleo para jóvenes, un desafío en la estrategia del Gobierno.” Según parece, son muchos a quienes les cuesta entender que la función propia del gobierno no está en hacer sino en ver que se haga sin trampas. Es así ya que cuando el gobierno se toma la tarea de hacer, deja de ser juez para convertirse en parte; pero una parte chambona, y peor, que no rinde cuentas ante nadie.
La influencia gubernamental para ayudar en la creación de plazas de trabajo o de desempleo va de la mano con el fiel cumplimiento del buen mandato constitucional que le sea delegado por la comunidad. Y digo “que le sea delegado”, ya que mucho hemos prostituido la ley a partir de la misma constitución. Y el buen mandato, según dice nuestra constitución tiene el “…fin supremo de fortalecer la Nación y garantizar la libertad…” Lástima que luego se va diluyendo y extraviando en incoherencias. Y mucho peor, que en la práctica eluden constantemente ese mandato fundamental.
No se puede “fortalecer la nación” confiscando fondos al sector productivo para crecer el sector centralizado bajo la baladí presunción de que el gobierno podrá hacer aquello que no logran hacer los ciudadanos; que en el caso que nos ocupa es la creación de plazas de trabajo.
Lastimosamente, desde los dictados keynesianos se alega que con más intervención estatal se pueden mejorar economías flacas. Es menester separar la función gubernamental de seguridad, de velador por la libertad y la justicia y la función de constructor de infraestructuras civiles . Hacer más carreteras y contratar a más policías no aumenta el empleo productivo; ese que sólo viene a través de las empresas ciudadanas, que pueden beneficiarse de esa infraestructura, pero el asunto como todo, es definir cuál es beneficiosa y cuál se hace para otros beneficios no tan santos.
Si a estas alturas todavía no vemos el error de creer que vamos a prosperar lanzando toneladas de dinero del sector contribuyente en obras gubernamentales, ello significa que no lo haremos. Particularmente hoy que sufrimos la resaca o goma de la parranda, endeudamiento, coimas y corrupción. Y es que en la medida en que le restas dinero al ciudadano contribuyente, mengua la inversión productiva, con lo cual terminamos desacelerando la actividad comercial. Los impuestos tienen su lugar y función, pero comedidamente. ¿O será que usted es uno de los que creen que el gobierno puede dar mejor uso al dinero suyo?
La resta económica al sector corporativo, sector que apenas representa una pequeña parte de los ingresos estatales, producirá una disminución en la actividad económica y en las plazas de trabajo. Lo mismo que volcarse a pedir prestado para financiar obras que a menudo se desvían en corrupción.
Por otro lado, cuando el gobierno gasta dinero cacareando sus obras y alegando que estas producen trabajos, los ciudadanos se van con el cuento y pierden vista de la verdadera naturaleza de una economía de mercado. Estudios en los EE.UU. han demostrado que el producto de supuestos estímulos y subsidios terminan deteriorando la economía. ¿Y qué mayor prueba del poder del dinero en manos ciudadanos que el aumento de la economía estadounidense con la baja de los impuestos del gobierno actual?
Obvio que una nación necesita gobierno y funcionarios públicos; el asunto está en buen culantro, pero no tanto. La proposición keynesiana de que los gobiernos pueden cebar la bomba de la economía a punta de dinero de los contribuyentes no tiene sentido. Preguntemos a Laffit Pincay acerca del secreto de ganar las carreras de caballo… ¡afloja las riendas al caballo!
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