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El héroe de nuestra época: Edward Snowden

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Como tantas veces he consignado, no me gusta la expresión “héroe”, porque está manchada de patrioterismo y atribuida generalmente a personas que en realidad han puesto palos en la rueda en las vidas de su prójimo. Por otra parte, Juan Bautista Alberdi escribió en su autobiografía: “La patria es una palabra de guerra, no de libertad”, puesto que hay otras formas de expresarse menos pastosas para referirse al terruño de los padres. Fernando Savater también aclara el tema en su libro Contra las patrias.

El manoseo creciente de las palabras ‘héroe’ y ‘patria’ ha hecho que se desfiguren y trastoquen. La mayor parte de la gente relaciona esas expresiones con políticos y militares que en general han manipulado vidas y haciendas ajenas. La corrección a esta última interpretación proviene de una larga tradición que descubrí que comienza de manera sistemática con el decimonónico Herber Spencer, en su libro titulado El exceso de legislación.

Los usos reiterados del héroe y la patria afloran en obras que encierran el germen de la destrucción de las libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder” de Friedrich Nietzsche o la noción totalitaria del héroe en Thomas Carlyle tan bien descrita por Jorge Luis Borges.

Difícil resulta concebir una visión más cavernaria, de más baja estofa, de mayor renunciamiento a la condición humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar lo ajeno, siempre en el contexto de cánticos sobre patriotas y héroes.

Habiendo dicho lo anterior, en esta nota resalto la figura de un verdadero héroe alejado del sentido habitual para, en cambio, referirse al logro de hazañas extraordinarias en pos de la libertad y el respeto a los derechos del hombre. Se trata de Edward Snowden. Ron Paul, el dirigente político estadounidense más liberal en el sentido clásico del término y tres veces candidato a la presidencia, señaló en Fox Business: “Snowden es un héroe” y el juez Andrew Napolitano, en el programa televisivo Studio B, también de Fox, afirmó enfáticamente: “Edward Snowden es un héroe que pone al descubierto la trama infame de espionajes que vulneran nuestros valores y los principios de la Constitución”; y concluyó: “Los gobernantes que permiten semejantes políticas no merecen el cargo”.

He escrito antes sobre este tema a raíz del caso Assange, pero hay otros aspectos a considerar en este nuevo episodio de espionaje puesto al descubierto por Snowden que fue realizado sin orden de juez competente y sin sustento en lugar de ajustarse a las advertencias de la cuarta enmienda de la Carta Magna estadounidense. En primer lugar, lo público no es privado, especialmente en sociedades que se precian de contar con sistemas transparentes y que los actos de gobierno deben estar en conocimiento de los gobernados, quienes se dice que son los mandantes. Lo dicho no significa que en muy específicas circunstancias y de modo transitorio y provisional los gobiernos pueden mantener reserva sobre ciertos acontecimientos (como, por ejemplo, un plan de defensa que no debería divulgarse antes de su ejecución). En todo caso, la reserva mencionada es responsabilidad de quienes estiman que debe mantenerse reservada la información correspondiente. En ningún caso puede imputarse a la función periodística la difusión de datos e informaciones una vez que estas llegan a las redacciones y, en el caso Snowden, tampoco puede imputársele delito cuando la fechoría fue llevada a cabo por el propio gobierno.

Viene a continuación otro asunto directamente vinculado con lo que analizamos y es el contrato de confidencialidad, sea en el área privada o pública. Si un empleado de una empresa comercial asume el compromiso de no divulgar cierta información, no lo puede hacer. Lo contrario implica lesionar los derechos de la otra parte en el referido convenio. Idéntico razonamiento es del todo aplicable para el sector gubernamental. Cuando en los años cincuenta funcionarios gubernamentales estadounidenses (dicho sea de paso, pertenecientes al Departamento de Estado) se comprometían a ser leales con su país y, simultáneamente, le pasaban información confidencial a los rusos, incumplían con sus deberes elementales.

¿Pero el contrato de confidencialidad tendría vigencia si uno se entera de que están por asesinar a su madre? ¿Son válidos los contratos contrarios al derecho? En el caso de Snowden, se trató de divulgar información sobre el ataque sistemático a la privacidad de ciudadanos pacíficos, puesto que el Gran Hermano trasmite inseguridad además de arrancar la libertad y la protección elemental a los derechos individuales.

Cuando Snowden se comprometió a guardar secreto al ser contratado, no tenía idea de los atropellos brutales a la privacidad de ciudadanos pacíficos que sus jefes perpetrarían en forma sistemática. La Constitución está por encima de toda norma, no puede alegarse derecho contra el derecho. Finalmente privó en la conciencia de Snowden, principios en gran medida influidos por algunas lecturas como autodidacta, por ejemplo, por La rebelión de Atlas, de Ayn Rand, tal como se pone en evidencia en la producción cinematográfica de Oliver Stone al tiempo que allí se expresa que todo el espionaje se debe al ansia de control gubernamental, ya que “el terrorismo es solo la excusa”.

En todo caso, la denuncia de la invasión a la privacidad y la difusión de los documentos expuestos hace más clara aún la sentencia de Hannah Arendt: “Nadie ha puesto en duda que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie, que yo sepa, ha contado la veracidad entre las virtudes políticas”. Los llamados “secretos de estado” (y escribo ‘estado’ con minúscula porque de lo contrario debería escribir ‘individuo’ con mayúscula, que es más apropiado) en la inmensa mayoría de los casos son para ocultar las fechorías de gobernantes inescrupulosos, lo cual viene ocurriendo desde Richelieu, Metternich, Talleyrand y Bismarck, prácticas que revirtió categóricamente Estados Unidos pero que, de un tiempo a esta parte, ha retomado costumbres insalubres de otras latitudes.

La encrucijada en la que se encuentra Edward Snowden es el resultado de la cobardía moral de todos los gobiernos a los que solicitó asilo desde su reducto en Hong Kong, requerimiento que fue denegado una y otra vez por temor a represalias de Estados Unidos o por convencimiento de que es lícito interferir en las comunicaciones telefónicas privadas y en los correos electrónicos también privados sin la expresa orden del juez de la causa. Lo último en lo que insistió antes de su actual paradero fue la posibilidad de exiliarse en Islandia, para lo que un empresario privado había puesto a su disposición su avión para el traslado correspondiente en caso de accederse al pedido de asilo, lo cual, como queda dicho, no ocurrió. Paradójicamente y por la ojeriza del gobierno gangsteril de Vladimir Putin para con Estados Unidos, Rusia finalmente le concedió cobijo.

Glenn Beck, en su programa de televisión The Blaze, también sostuvo que Edward Snowden “es un héroe” que hay que proteger contra las acciones criminales de energúmenos enquistados en Washington que traicionan los valores expuestos por los padres fundadores y que, por este camino, afirma el conductor, ciertos megalómanos con rostros demócratas terminarán con las libertades individuales.

En su libro Constitutional Chaos el antes mencionado juez Napolitano concluye que es gravísimo lo que viene ocurriendo en Estados Unidos, donde el gobierno puede confiscar y encarcelar sin el debido proceso, espiar la correspondencia privada y escuchar conversaciones de inocentes sin intervención de la Justicia. Es por esto que Osama Bin Laden ha consignado que el triunfo de su ideología “inexorablemente tendrá lugar merced a la guerra antiterrorista por las restricciones a lo que en Occidente se denomina libertad” (citado por Michael Tanner).

Algunos trogloditas del Partido Republicano de la línea George W. Bush siempre se mostraron indignados con Snowden, del mismo modo que defienden la emboscada inaceptable y repugnante de Guantánamo y suscriben la “preventiva” invasión militar por doquier. Es de esperar que finalmente prime la cordura y la mejor tradición del american way of life que hizo a esa nación el refugio de la libertad y el respeto recíproco, y se abandonen procedimientos dignos del atropello terrorista.

Mike Stein entrevistó en KWAM 900 al profesor Mark Thornston sobre el tema que nos ocupa, quien manifestó: “Snowden es un patriota que hizo lo correcto frente a la inmoralidad del espionaje”, “esto es un balde de agua fría para la economía, ya que la consiguiente inseguridad hará que muchas empresas, especialmente las tecnológicas, se muden a países más seguros”.

Nick Gillespie, de Reason tv, entrevistó vía teleconferencia a Snowden, quien resaltó su espíritu antiautoritario y subrayó que siempre estará “del lado de la libertad”, por lo que criticó a quienes consideran que “le deben lealtad al Estado” y aludió a la nula “dimensión moral” de sus circunstanciales contratantes gubernamentales.

La encrucijada que presento en esta nota es sobre un prófugo que difundió para bien de la humanidad más de doscientos documentos reservados que ponen al descubierto las tropelías de un Leviatán desbocado, una persona convertida en un paria, puesto que la administración de Obama le canceló el pasaporte a Snowden. Estamos advertidos, no vaya a ser que lo escrito en 1952 por Taylor Caldwell como ficción en su The Devil´s Advocate se convierta en realidad respecto a que el gobierno estadounidense mute en un Estado totalitario.

Tal como escribe Glenn Greenwald en su libro Snowden. Sin un lugar donde esconderse, se trata de “los peligros de los secretos gubernamentales y la vulneración de las libertades civiles en nombre de la guerra contra el terrorismo” en cuyo contexto cita al propio Snowden: “Fue entonces cuando comencé a ver realmente lo fácil que es separar el poder de la rendición de cuentas, y que cuanto más altos son los niveles de poder, menor es la supervisión y la obligación de asumir responsabilidades”.

Como bien ha declarado Snowden en un célebre reportaje para The New York Magazine, habitualmente reproducido al cierre de la mencionada producción cinematográfica del controvertido Oliver Stone: “Mi vida cambió para bien puesto que puedo ahora decir no lo que voy a hacer en el futuro sino lo que con orgullo hice en el pasado”. Somos muchos los que adherimos a esta conclusión con la frente alta por haberse denunciado al gobierno más poderoso del planeta por atropellar valores muy caros a la civilización.

About the author

Alberto Benegas Lynch (h)

Alberto Benegas Lynch (h) completó dos doctorados: es Doctor en Economía y también es Doctor en Ciencias de Dirección. Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias y es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, ambas en Argentina. Es autor de diecisiete libros y seis más en colaboración. Fue profesor titular por concurso en la Universidad de Buenos Aires y enseñó en cinco Facultades : Ciencias Económicas, Derecho, Ingeniería, Sociología y en el Departamento de Historia de la de Filosofía y Letras. Es profesor en la Maestría de Derecho y Economía de la UBA. Fue Director del Departamento de Doctorado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata y, durante 23 años, Rector de ESEADE donde es Profesor Emérito. Fue asesor económico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, de la Cámara Argentina de Comercio, de la Sociedad Rural Argentina y del Consejo Interamericano de Comercio y Producción. En dos oportunidades integró el Consejo Directivo de la Mont Pelerin Society, es Académico Asociado de Cato Institute de Washington DC, es miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas en Buenos Aires y recibió grados honoríficos de universidades de su país y del extranjero.

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