El Sistema se está tragando a Uber, logrando que firmen una propuesta para prohibir la propiedad particular de autos autónomos; que no es más que otro esquema de clientelismo político con el cual una empresa se propone lograr un monopolio a través de una coyunda diabólica con el sistema de centralismo político. Esto me causa gran consternación dado que he sido un entusiasta promotor de Uber, como un medio tecnológico con gran potencial de resolver los más acuciantes problemas viales y del transporte.
Uber no fue la primera empresa en iniciar el servicio de transporte compartido; fue una empresa bajo el nombre de “Sidecar” (www.side.cr) que fue la Royal Crown Cola (RCC) del servicio que unía el hambre con las ganas de comer o transportista con los que tienen ganas de ser transportados. También esta Lyft que estuvo en la escena antes de Uber. Y ¡claro! que muchos conductores de Uber no sólo usaban sus autos particulares, sino que carecían de la licencia para comerciar en el transporte. A fin de cuentas, esto se traduce en un solicitud de monopolio en contra de sistemas más económicos y, definitivamente, no menos seguros.
Ahora que Uber se enfrenta a los autos robóticos, que pueden reducir aún más los costos operativos, el asunto ya no les resulta simpático y salen a buscar protección gubernamental en contra de la “competencia desleal”; lo cual es música para el político clientelista.
Y a riesgo de ser repetitivo a cansancio, no es que esté en contra de las leyes y regulaciones sino en contra del exceso de leyes, y particularmente de las leyes que, más que proteger la seguridad, surgen como esquemas monopólicos de intervención estatal. Los Uber que antes se peleaban con los “taxi pirata”, ahora usan el mismo discurso que sus antiguos adversarios, acusando una “competencia desleal”.
Pero, luego de ver todo eso, surge la pregunta: ¿Por qué o cómo es que las empresas que antes luchaban del lado claro de la fuerza, ahora se unen al lado oscuro? En realidad, las empresas no tienen toda la culpa de lo que ocurre. No perdamos de vista que el vicio de la gobernanza excedida y torcida nos viene con la historia; que es una historia de control y bucanerismo político; y es iluso pensar que, de pronto, por arte y benevolencia, el tigre y el león dejarán de ser carnívoros. Por su parte, las empresas responden ante sus inversionistas, para ver no sólo como sobreviven sino como logran ganancias. El problema rebota a los gobiernos en el sentido paralelo del gato que nadie le coloca el cascabel. Si nadie chilla, pues siguen aplastando colas.
La otra realidad es que venimos alertando que, frente a los cambios tecnológicos disruptivos, los gobiernos, como también las empresas y hasta los trabajadores, en vez de ver cómo se acomodan a los cambios, van a chillar para no permitir que los autos reemplacen a las carretas y los caballos. Por otro lado, los políticos que no son expertos en todo, cuando entra el Sr. Uber o quien sea, y pide protección, aduciendo que tal o cual le está arrebatando la paila sin poseer la debida “licencia”, pues para el legislador ello es música celestial. No olvidemos que los políticos, en general, son coleccionistas de problemas; que de no existir les tornaría obsoletos.
La norma o tónica ha sido que quien más llora, más biberón toma, lo cual se extiende hasta los organismos de justicia; los cuales, en vez de juzgar por el lado justo, juzgan por el lado de quienes ejercen el sufragio. En los EE. UU., por ejemplo, se descubrió un grupo de cabilderos de los diseñadores de interiores que se paseaban por los estados cabildeando a legisladores para que dictasen leyes de licenciamiento para ejercer la actividad de diseño de interiores. ¡Imagínense que el estado dicte en qué sitio de la casa puedes colocar tus muebles!. En Panamá está el caso de la licencia para ser estilista. ¿Qué sentido tiene eso? ¿Tiene el estado que protegernos en contra de un mal corte de cabello?; que, a fin de cuentas, igual puedes salir trasquilado.
Al menos en los EE. UU. existen organismos cívicos, que se dedican a descubrir estos esquemas monopólicos para demandarlos. ¿Cuánto de esto tenemos en Panamá? Tengo años sugiriendo a organismos de la sociedad civil que no se queden efectuando comunicados, sino que inicien demandas contra medidas que violan nuestras libertades fundamentales.
Y tomando otro caso histórico, en la época de la prohibición del alcohol en los EE. UU., los que cabildeaban a favor de la veda del alcohol eran los contrabandistas y operadores de alambiques. O está el caso de una joven africana que pasó su juventud en África, en dónde su madre le enseñó a tejer el cabello. La joven emigró a los EE. UU. en dónde su destreza con el tejido de cabello le resultó económico; hasta que un día fue acusada de tejer sin licencia. Le dijeron que, para volver a tejer, tendría que ir a la escuela de belleza; pero resulta que en la escuela nadie sabía hacer lo que hacía la joven. Y así van los casos.
Entonces, no debe extrañarnos que el capitalismo no funcione; pues, no es capitalismo.
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