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Rebelión en la granja a 80 años: las advertencias de Orwell frente al autoritarismo populista

Rebelión en la Granja

En 1945 George Orwell publicó Rebelión en la granja, una fábula política que, bajo la apariencia de un cuento sobre animales, encierra una de las críticas más lúcidas y mordaces contra el totalitarismo. Han pasado 80 años desde entonces y, sin embargo, las advertencias que plantea el autor inglés no solo no han perdido vigencia, sino que parecen cobrar nueva fuerza en un mundo donde los populismos autoritarios resurgen, apelando a las emociones más básicas de la gente: el miedo, la desconfianza hacia un enemigo común y la promesa de seguridad a cambio de libertad.

El relato es conocido: los animales de una granja se rebelan contra los humanos opresores en nombre de la igualdad y la justicia, pero pronto la revolución es secuestrada por una élite —los cerdos— que va imponiendo su dominio con métodos cada vez más despóticos. Lo que comenzó como una utopía emancipadora termina convertido en una tiranía más brutal que la anterior. “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, reza la célebre máxima que resume la traición al ideal original.

Desde una perspectiva del liberalismo clásico, Rebelión en la granja es una advertencia clara sobre los riesgos de concentrar el poder, incluso en nombre de causas justas. Orwell muestra cómo la promesa de igualdad y justicia degeneran en una maquinaria de control absoluto, donde la libertad individual se sacrifica en aras de un supuesto bien colectivo. El problema no es solo el tirano que asciende, sino la ingenuidad de quienes, con la esperanza de un futuro mejor, ceden sus derechos a un poder que pronto se vuelve incuestionable.

La clave de la manipulación, nos recuerda Orwell, está en el manejo del discurso. Los cerdos, encabezados por Napoleón, reinterpretan los principios de la revolución según sus propios intereses. Cada vez que los animales dudan, el propagandista Squealer (el “Chillón”) está ahí para convencerlos de que recuerdan mal, de que lo que se hace es por su bien. Es imposible no ver en este personaje un antecedente de lo que hoy llamamos “posverdad”: la manipulación emocional de los hechos hasta que la gente duda de su propia memoria y percepción.

En la política contemporánea, los populistas autoritarios emplean estrategias similares. Necesitan fabricar enemigos permanentes: “el extranjero”, “el rico explotador”, “la élite globalista”, “los traidores internos”. Así logran movilizar al pueblo detrás de una narrativa de lucha constante, en la que el líder se erige como el único protector. El enemigo externo cumple la misma función que el mítico “Snowball” (Bola de Nieve) en la novela: una figura convenientemente culpable de todos los males, aun cuando esté ausente. “Siempre que algo salía mal, se le echaba la culpa a Bola de Nieve”, se nos dice en la fábula, un recurso que no dista de lo que vemos en líderes actuales que justifican sus fracasos atacando a adversarios imaginarios.

La tradición liberal clásica ha insistido en que el poder debe estar limitado, controlado y disperso. Friedrich Hayek advertía que “la concentración del poder es siempre peligrosa, sin importar las intenciones de quienes lo ejercen”. En este sentido, Orwell y los liberales comparten una intuición común: el peligro no está solo en quién gobierna, sino en el hecho mismo de que alguien pueda gobernar sin contrapesos reales.

En la actualidad, el fenómeno no se limita a regímenes explícitamente totalitarios. Gobiernos democráticos también adoptan lógicas populistas: restringen libertades, amplían el control estatal, y todo ello bajo el argumento de que “el pueblo” exige protección. La pandemia, las crisis económicas y las tensiones geopolíticas han servido de excusa para que algunos líderes impongan medidas extraordinarias que luego se normalizan. El ciudadano, cansado y temeroso, acepta la pérdida de derechos a cambio de seguridad, repitiendo el ciclo que Orwell tan bien ilustró.

La lección más incómoda de Rebelión en la granja es que la servidumbre no siempre es impuesta a la fuerza: a menudo es aceptada. Los animales, agotados y confundidos, terminan justificando su opresión. En un pasaje, Orwell nos muestra cómo el caballo Boxer, símbolo del trabajador obediente, repite incansablemente: “Yo trabajaré más fuerte” y “Napoleón siempre tiene razón”. En esas frases se refleja el drama de quienes, por fe ciega o resignación, terminan sosteniendo al sistema que los explota.

A 80 años de su publicación, Rebelión en la granja nos advierte que la libertad no se pierde de golpe, sino gradualmente, disfrazada de justicia, seguridad o igualdad. Los liberales encuentran aquí una confirmación de su advertencia: ningún poder absoluto es benigno, y ningún líder que pida confianza ilimitada merece recibirla. Como en la novela, el precio de la ingenuidad política es ver cómo un día, al mirar a los nuevos amos, “era imposible distinguir a los cerdos de los hombres”.

Orwell no escribió un manual de política, sino una parábola sobre la naturaleza humana y el poder. Pero su mensaje sigue siendo urgente: la libertad requiere vigilancia constante, desconfianza hacia todo poder concentrado y el valor de resistir a quienes, en nombre del pueblo, buscan convertirnos en súbditos.

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