La decoración del huevo como símbolo de prosperidad y fertilidad, tiene su origen en la antigüedad y no necesariamente con el cristianismo asociado a las Pascuas de Resurrección. Varias culturas del cercano y lejano oriente, tienen al huevo como representación de fertilidad masculina. En Europa, se ha podido constatar que los etruscos, pintaban huevos en sus cerámicas, hecho comprobable a través de restos de vasijas datados entre los 500 y 700 años a.c.
En la actualidad es una costumbre muy arraigada en culturas del este de Europa, asociadas a la ortodoxia cristiana, en decorar huevos, no solo de gallinas, sino también de gansos o avestruces, formando parte de la tradición durante los días de Pascua.
Con el Cristianismo y durante la edad media, la Iglesia prohibía el consumo de huevos durante la cuaresma. La abstinencia, genero una práctica de pintar o barnizar los huevos que no se consumían.
Pero en la actualidad, en países como Rumania, República Checa, Rusia o Ucrania, la tradición de pintar o decorar huevos, se ha transmitido de generación en generación, y no solo durante la Semana Santa. La afluencia de turistas, ha podido generar una industria derivada de esta noble costumbre, aunque en diversos pueblos, las mujeres son las principales hacedoras de estas pequeñas obras de arte.
La técnica de la decoración, conlleva varias etapas, el vaciado, con la inserción de aire con una jeringa para no dejar marcas notables en el huevo, el sellado con algún tipo de barniz, la pintura y el encerado.
Los artesanos más fieles a la tradición, utilizan pinturas naturales y cera de abejas.
En cuanto a la decoración, pueden representarse distintos símbolos, figuras animales, plantas, flores o bien seguir patrones geométricos.
Al mencionar huevos pintados o decorados, no podemos omitir al gran artista y joyero Carl Fabergé, que durante los años anteriores a la revolución rusa, creo la más bella colección de huevos, trabajados en metales como el oro, la plata, platino, níquel, cobre o la combinación de éstos, el uso de piedras preciosas o semi preciosas, cuyos destinatarios eran a los zares de Rusia, la aristocracia y los grandes industriales y financistas de finales del siglo XIX y principios del XX.
Ejemplares de su maravillosa obra se pueden ver en el Museo Fabergé, en San Petersburgo, recientemente abierto y que contiene la más grande colección de obras del orfebre, cerca de unos 1500 ítems, compuesto por joyas, relojes, objetos religiosos, marcos de cuadros, y por supuesto los afamados Huevos de Pascua.
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