Todos somos propietarios de nuestras vidas y de la vasija que la contiene, es decir, nuestro cuerpo; con lo cual surge la gran pregunta de si nuestro cuerpo es cosa contenida dentro de la vasija conocida como “cuerpo humano”. Pero dejemos eso allí ya que a dónde los quiero llevar hoy es a la definición o entendimiento de la diferencia del humano creador del bien y el depredador de miseria. Comencemos preguntándonos ¿cómo se mide la sana creatividad humana? Podría ser a través de una obra de arte, una sinfonía o, tal vez, su capacidad de producir riqueza y bienestar no sólo personal sino social. Las vacas, por ejemplo, se pasan la vida pastando y abonando la tierra con heno digerido; lo cual, de cierta manera es creativo, ya que enriquece el suelo y da vida a las plantas y árboles, cosa que hace inconscientemente.
Por su parte, los humanos, para mantener el cuerpo que sustenta la vida también se apropian de las cosas del mundo, tal como la vaca se apropia de los pastos. Pero allí termina la analogía, ya que los humanos vamos mucho más allá y no sólo nos apropiamos de vegetales, animales, insectos y otras fuentes nutrientes, sino que sembramos, cosechamos y también fabricamos herramientas y una inmensa o infinita gama de elementos que no sólo enriquecen la vida personal sino también la comunal. Y por “enriquecimiento” me refiero no sólo a la creación de cosas materiales sino inmateriales, tal como la música y, quizá hasta la risa y el amor.
Y, al hablar de enriquecimiento, muchos, inmediatamente habrán pensado en el dinero. Pero, el dinero sólo es una de tantas representaciones de aquello que es “rico” o “sabroso”; tal como es rica la comida, la música, el arte cosas del mundo que hacemos nuestras. El dinero sólo es una forma que inventamos los humanos para ahorrar riquezas, ya sean físicas o abstractas. Como no podemos ahorrar lo pescado, vendemos lo que producimos de más, creando ahorro.
Pero, el humano, como ser social que es, a través de la división del trabajo logra no sólo satisfacer sus propias necesidades, sino que va creando condiciones propicias para intercambios enriquecedores; llamémosle “mercado”. A todo ello, no perdamos de vista el que algunos se dedican a vilipendiar los términos: riqueza, mercado, enriquecimiento y otros en un afán ideológico contrario a la libertad comercial y en favor de un sistema centralizado que, supuestamente, subsana las deficiencias del mercado; argumentando que el mercado favorece a unos y perjudica a otros menos creativos.
Y aunque sea cierto que unos son más capaces o productivos que otros. El problema es que el sistema centralizado que proponen es muchísimo más imperfecto que el mercado y destructivo de la libertad creativa. En tal sentido, acusan a unos de acaparar inmensas fortunas. Pero ¿acaso es mala la capacidad de ser más creativo y productivo? Quienes así piensan no entienden que los llamados “ricos” apenas usan una minúscula porción de su caudal para satisfacer sus necesidades personales; mientras que mucho más del 90% favorece a la sociedad en maneras que poco llegamos a ver o hasta comprender.
No existe ni gobierno ni gobernante que pueda superar la capacidad productiva de todas esas personas o ciudadanos que son capaces de producir mucho más que cualquier gobierno. Más aún, los gobiernos no son medio de producción, sino que están para proteger los medios productivos. En este sentido es vital identificar y separar al creativo productivo del creativo depredador. El mundo está repleto de depredadores y la función de gobierno no es la de ser uno más de ellos.
Son tantas las formas en que se da la depredación y una de las principales es a través de la prostitución del dinero papel; ese que ansían controlar los malos gobernantes para poder reproducirlo a su antojo en imprentas gubernamentales. Esto lo señaló el jesuita Juan de Mariana (1536 – 1624) en su obra, “De monetae mutatione”; o degradación de la moneda, perversidad que persiste hasta este día. Mariana fue denunciado por hacer alusiones a los ministros que modificaron el peso del oro moneda para financiar los gastos estatales que a menudo eran ímprobos.
Semejante vileza no sólo produce una dislocación de los recursos productivos, tanto humanos como materiales, sino que conduce a males inflacionarios y malas inversiones. Y más aún, resulta en un promotor del sistema fiscal confiscatorio en oposición a la auténtica economía de dejar hacer. Cuando quien infla se hace llamar “autoridad”, se pone en movimiento una decadencia moral generalizada y clientelista.
Luego de todo ello, se evapora la creación productiva y floree la depredación, dando lugar a ideologías de falso socialismo que presumen correcciones de arriba hacia abajo, negando hasta la misma propiedad de nuestros cuerpos que en adelante pasan a ser propiedad del estado.
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