A lo largo de 2016 visité Londres en dos ocasiones. La primera fue en primavera. Por aquel entonces, los partidarios del Brexit eran aún una minoría. La segunda fue en verano. Faltaban apenas semanas para el referéndum y el tono había cambiado, al calor del creciente optimismo de los partidarios de la ruptura con la Unión Europea. En última instancia, la votación celebrada el 23 de junio certificó el triunfo de las tesis rupturistas, que conquistaron al 51,9 por ciento del electorado.
Las instituciones europeas han reaccionado con enfado y han apuntado que el divorcio no será amistoso, pero en el gobierno británico son más optimistas. Al fin y al cabo, Theresa May sabe que la economía global está tan integrada que un castigo al Reino Unido sería también un golpe al resto del Viejo Continente. Por tanto, la negociación va a partir, a priori, de una cierta voluntad de entendimiento.
Pero, en el medio y largo plazo, el Brexit plantea importantes retos para las dos partes, sobre todo desde el punto de vista fiscal. Reino Unido ya ha bajado el Impuesto de Sociedades del 28 al 20 por ciento.. Además, está previsto que dicho gravamen siga cayendo hasta el 17 por ciento e incluso se ha puesto encima de la mesa la posibilidad de aprobar reducciones adicionales hasta llegar al 15 por ciento.
La reacción de los gobiernos europeos
Mientras Reino Unido estudia nuevas reformas fiscales, las grandes capitales europeas no se han quedado de brazos cruzados y ya están intentando acercarse a las casas financieras de la City londinense que tienen miedo a perder peso en el mercado único. París fue la primera en mover ficha y ha ofrecido una rebaja del 50 por ciento en el Impuesto sobre la Renta que pagarían los banqueros que cambien el Támesis por el Sena. Sobre el papel, esto supondría un tipo efectivo del 22,5 por ciento, todo un punto a favor de la ciudad del amor.
París no está sola. De hecho, Dublín parte con ventaja, gracias a su cercanía a Londres… pero también al tipo del 12,5 por ciento que aplica en el Impuesto de Sociedades. También hay movimientos en Madrid, donde los precios son más bajos y no hay Impuesto de Patrimonio ni Impuesto de Sucesiones. De hecho, la capital española se plantea anunciar rebajas fiscales diseñadas a medida para los exiliados de la City. Pero la competencia fiscal que ha desatado el Brexit no acaba aquí: también Frankfurt, Amsterdam, Luxemburgo, Polonia o Milán se han lanzado a buscar negocio en Londres.
El rol de EEUU y Suiza
Pero el rival más fuerte no está necesariamente en la Vieja Europa, sino que podría encontrarse al otro lado del Atlántico. Así me lo reconocieron dos altos cargos del Partido Conservador británico. Y es que, si Donald Trump cumple su promesa de bajar el Impuesto de Sociedades del 35 al 15 por ciento, Wall Street podría llegar a convertirse en el destino más atractivo para las casas financieras que busquen salir de Londres.
Por otra parte, cabe señalar que la trayectoria de Suiza va a cobrar una especial relevancia a la hora de marcar el futuro del Reino Unido. El gobierno de Theresa May sabe que el pequeño país helvético es un ejemplo a seguir, ya que ha logrado mantener un alto grado de integración financiera con Europa sin entrar en las instituciones comunitarias que los británicos decidieron abandonar el pasado año. Además, Suiza acaba de aprobar una reforma tributaria que va a reducir del 18 al 14 por ciento el tipo efectivo que pagan las empresas por el Impuesto de Sociedades. Un motivo más para que el Ejecutivo británico analice con detalle el particular caso suizo.
Lo que está claro es que el discurso de la armonización fiscal ha pasado a un segundo plano a raíz del Brexit. La conversación ha dado un giro de 180 grados y la salida del Reino Unido ha invitado a los gobiernos europeos a apoyarse en la competencia fiscal como vía para captar inversiones y generar riqueza. Un cambio a mejor que merece la pena celebrar.
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