En año pasado en las redes sociales grupos como Claramente iniciaron una campaña de no a la reelección. Esta campaña recogía el hastío que muchas personas tienen con nuestra clase política, hastío que parece estar llegando a niveles peligrosos, donde una salida populista estilo Hugo Chávez o una salida manu militaris tipo 1968 pueden estar a la vista en unos cuantos años.
La democracia Panameña, ha muerto y renacido antes. En el periodo 1903 a 1946 estuvo sujeta a la intervención norteamericana, el caciquismo de los partidos oligárquicos, el golpe de Acción Comunal, la Constitución de 1941, la deposición de Arnulfo Arias. La constitución de 1946, que todavía es vista por nuestros constitucionalistas como la mejor que hemos tenido, por lo menos en el papel, falló totalmente en la práctica en contener el caciquismo de los liberales y el populismo de los panameñistas, y lo que es peor no pudo evitar que la Guardia Nacional, con Remón y luego con Lilo Vallarino se convirtiera en un estado dentro del Estado, con negocios propios, y convertido en el árbitro de la política criolla. Cuando se les trató de meter en cintura, de la manera torpe que caracterizó al Doctor Arnulfo Arias, éstos le dieron un golpe de Estado.
Tras 21 años de dictadura militar, se volvió traumáticamente a la democracia en 1990. El problema es que esa vuelta fue gracias a una intervención militar norteamericana. Por lo tanto no se dejó tiempo a que una nueva generación de políticos cristalizara la nueva democracia. La política quedó en mano de los caciques sobrevivientes de 1968, y de los aliados de los militares. La constitución de 1972, reformada, siguió vigente, pese a su problema de legitimidad. En los años noventa tanto la coalición panameñista populista, liberal y socialcristiana que adversó a los militares como la populista, liberal socialdemócrata que los apoyó, se lanzaron a recuperar el tiempo perdido, liberalizando la política y la economía durante los gobiernos de Guillermo Endara y Ernesto Pérez Balladares. Pero luego todo paró en 1999.
Básicamente se han hecho pocos cambios para seguir liberalizando la economía y democratizando la política desde el gobierno de Mireya Moscoso. Y el efecto se siente.
El gobierno de Martín Torrijos liberalizó un poco la economía, pero mucho más tímidamente. El siguiente gobierno de Ricardo Martinelli marca el inicio de una reversión autoritaria en lo político con una economía propulsada por el gasto estatal apalancado por deuda. El gobierno de Juan Carlos Varela es abiertamente regresivo, reivindicando políticas sacadas de un manual de mitad del siglo XX, como el control de precios, el proteccionismo agrario y desmantelando por presiones internacionales la estructura de servicios de Panamá sin ofrecer nada a cambio. Y desde el gobierno de Martín Torrijos los organismos de seguridad poco a poco parecen reivindicar el papel de estado dentro del Estado que tenían antes de 1968 con el visto bueno de las últimas administraciones.
La falta de un rumbo claro tanto en lo económico como en lo democrático ha creado la imagen de que nuestra clase política está formada por un grupo de personas que básicamente lo que buscan es disputarse la administración del Estado, no para ejecutar su visión de lo que debe ser Panamá, sino para beneficiarse de negociados a costa del Estado, para ponerle protecciones arancelarias a sus negocios, para crearse monopolios por ley, mientras el panameño ve impotente la falta de interés de la clase política en temas económicos, de seguridad, en la educación, en la salud. Pareciera que los políticos actuales buscan en política las cosas menos polémicas para poder hacer negociados con calma, y le dejan los problemas graves al siguiente gobierno.
Esto ha creado una sensación de hastío en el público panameño, un aumento de la intolerancia y una decreciente fe en la democracia que puede llevarnos a salidas populistas o militaristas autoritarias en el futuro.
El movimiento por la constituyente, el endiosamiento de la figura del independiente y el movimiento de no a la reelección son los resultados de este hastío. Son movimientos hasta cierto punto positivos porque tratan de evitar una salida autoritaria a la crisis de nuestra clase política, pero que tienen limitantes. Estas limitantes surgen porque al final solo proponen mecanismos para buscar una salida y un cambio, pero no dicen cuál es el cambio que quieren.
Los partidarios de la constituyente están tan concentrados en vender la constituyente como salida al problema que nunca dicen qué cosas en la constitución quieren cambiar y cómo sería la constitución que propondrían para Panamá.
Los partidarios de las candidaturas independientes no dicen que éstas surgen no para romper el oligopolio de los partidos políticos sino que son más bien producto de este oligopolio. Si la legislación electoral no fuera tan cerrada y restrictiva, no habría necesidad de candidaturas independientes pues tendríamos un sistema de partidos mucho más competitivo y receptivo de las necesidades de los votantes. Además, no dicen cómo un independiente podría gobernar o formar cuadros políticos sin tener un partido que lo apoye.
Los partidarios de la no reelección tienen toda la razón de estar hartos de diputados que parecen llegar al puesto para usar el clientelismo más descarado, para extorsionar legislativamente a los sectores productivos y al ejecutivo emplanillando a sus familiares. Muchos de estos diputados se reeligen continuamente desde los años ochenta, si son PRD o noventas si son de otros partidos. Se ha creado una casta parásita alrededor del Estado. El no a la reelección hace mucho sentido, sin embargo es insuficiente. Una cosa es destruir el status quo, evitando que los actuales diputados se reelijan indefinidamente, otra es asegurarse que los que los reemplacen no sean más de lo mismo, pero con más hambre de robar porque no han probado la papa.
Por lo tanto ante el hastío que presenta la clase política actual es necesaria no solo una destrucción sino una creación.
No basta con pedir constituyente, se tiene que decir qué tipo de constitución se quiere.
No basta con apoyar candidatos independientes, se tiene que desafiar el oligopolio legal de los partidos políticos con sus elevadas barreras de entrada a los partidos nuevos que hacen las candidaturas independientes algo necesario pero poco eficiente.
No basta con decir no a la reelección, se tiene que empezar a decir qué y quiénes deben reemplazar a los diputados actuales que tanto nos disgustan.
Cuando se pide la demolición de un edificio viejo, es bueno pensar con qué se lo va a reemplazar, sino puede ser que se termine con un lote baldío lleno de ruinas.
Interesante. Se observa que no se quiere lo mismo, pero hace falta plantear en detalle lo que se quiere y para ello se deben crear las condiciones para determinar lo que debe ir en lugar del edificio que debe derrumbarse. No tenemos porqué quedarnos con cualquier cosa ni con el lote baldío. Buen artículo. Saludos.