Alguien tiene que pagarlo
Es increíble cuánto puede cambiar en 25 años la plataforma de un partido político.
El 27 de enero de 1996, el entonces presidente de EE. UU., Bill Clinton, proclamó que la “era del gobierno grande se terminó, pero no podemos volver a un tiempo donde dejábamos a nuestros ciudadanos librados a su suerte”. Y agregó: “Así que por lo tanto […] le pedí al Congreso que se me una para realizar los recortes que acordamos. Démosle al pueblo estadounidense el presupuesto balanceado que se merece, con un modesto recorte de impuestos y menores tasas de interés y una esperanza más brillante por el futuro que nos traerá”.
Comparemos el mensaje de Clinton con los favoritos demócratas socialistas de hoy, Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. El programa emblema de Sanders es “Medicare para todos”, un plan que pone toda la responsabilidad del gasto para la atención médica de Estados Unidos sobre el presupuesto federal. Como lo explicó Sanders: “Ha llegado también el tiempo de decir que necesitamos expandir Medicare para cubrir a cada hombre, mujer y niño con un programa de atención médica nacional de pagador único”.
Fiel al estilo, Ocasio-Cortez apoyó recientemente varios otros favoritos de Sanders, como la expansión de los beneficios por seguridad social, 12 semanas de licencia familiar, educación universitaria gratuita junto con un rescate financiero para las deudas de préstamos a los estudiantes, un programa de trabajos garantizados y grandes proyectos de infraestructura.
Puede sonar ridículo, pero esta visión de expandir masivamente al gobierno apela indudablemente a muchos votantes demócratas, la mayoría de los cuales dicen que prefieren el socialismo al capitalismo. El Partido Demócrata de los 90 es tan diferente al que hoy aspira a tomar el país, que necesitaríamos miles de palabras para cubrir el asunto. Pero un área donde es fácil ver la diferencia es en el gasto.
Adiós austeridad fiscal
Una limitación de este ejercicio es que no estamos comparando manzanas con manzanas, porque los números de Clinton son cifras del gasto real, mientras que las de Sanders/Ocasio-Cortez son meramente aspiraciones. Clinton hizo su campaña prometiendo que el gobierno se haría cargo de la cobertura médica, pero no lo consiguió. Eso significa que un puntaje de su propuesta de campaña habría sido peor que los números reales. Es, no obstante, informativo.
Durante sus dos mandatos en el Salón Oval, Clinton redujo el gasto del gobierno al 17,6 por ciento del PBI en el año fiscal 2001, desde un 20,3 por ciento en el año fiscal 1994. El gasto ajustado por inflación creció un 12,7 por ciento en ocho años—creció un 22,9 por ciento con Reagan y un 100 por ciento con Bush. Gracias a una economía creciente y un Congreso republicano un tanto responsable fiscalmente, el presupuesto de Clinton quedó equilibrado al final de su segundo mandato.
Ahora bien, los socialistas democráticos nunca hablan sobre cuánto costará su plan. Sin embargo, algunos intelectuales se han ofrecido como voluntarios para hacerles el trabajo. Mi colega Charles Blahous escribió un formidable artículo que puntúa la propuesta de “Medicare para todos” de Sanders. Suponiendo realizable cada una de las optimistas suposiciones de Sanders, él encuentra que el plan costaría, como mínimo, la impresionante cifra de 32,6 billones de dólares en 10 años y agregaría un 12,7 por ciento del PBI al gasto federal para el 2031.
Más indiscutible es el dramático impacto que tal plan tendría en la oferta y calidad de la atención médica en el país si Sanders obtuviera el recorte del 40 por ciento al reembolso a los proveedores de coberturas privadas que su plan requiere. El plan es tan malo que incluso el Washington Post publicó una editorial en contra.
Decenas de billones
Brian Riedl del Manhattan Institute ha contabilizado todo el plan: universidad gratuita, atención médica pagada y demás. Él encuentra que el plan de ensueño de Sanders/Ocasio-Cortez aumentaría el gasto federal en USD 42,5 billones en la próxima década. Y eso es además de los USD 12,4 billones adicionales que se proyecta que el gobierno federal aumente sin que haya ningún nuevo plan socialista en el mismo período.
La proporción de la deuda respecto al PBI se dispararía al 239 por ciento en 2028 y casi al 500 por ciento en 2048—eso es tres veces más que las proyecciones actuales de la Oficina de Presupuesto del Congreso. El gasto como porcentaje del PBI superaría el 40 por ciento del PBI —más del doble del promedio desde 1965— y alcanzaría el 50 por ciento para el 2048. En otras palabras, Sanders y Ocasio-Cortez hacen que Clinton parezca el economista liberal Murray Rothbard.
Ellos también hacen que el expresidente Barack Obama parezca Ronald Reagan. Riedl calcula cuántos impuestos adicionales se requerirían para convertir el sueño socialista en realidad. Él supone, generosamente, que el plan democrático socialista recortaría el gasto proyectado de USD 42,5 billones a USD 34 billones.
Pero pagar incluso los USD 34 billones requeriría una tasa impositiva del 100 por ciento a todas las ganancias corporativas y un 100 por ciento a todos los ingresos salariales por encima de los USD 92.000 para solteros o USD 150.000 para los casados. Incluso este nuevo nivel de impuestos no pagaría ni un centavo de la acumulación de deuda proyectada actualmente, esto simplemente “financiaría” los nuevos sueños socialistas.
Y todo lo anterior supone de manera no realista que los estadounidenses no van a cambiar su comportamiento cuando los impuestos se vuelvan confiscatorios. Datos de la oferta de trabajo agregada, como la diferencia en horas trabajadas entre países con diferentes niveles impositivos, sugieren que la gente, de hecho, sí cambia su comportamiento cuando la tasa impositiva es mayor y reduce su producción.
El premio Nobel Ed Prescott, en su famoso artículo de 2004, “¿Por qué los estadounidenses trabajan mucho más que los europeos?” muestra que los trabajadores pasan considerablemente más horas trabajando cuando las tasas impositivas en sus ingresos son menores. Así que, básicamente, con el tiempo, la gente reduce la cantidad de horas que trabaja, el crecimiento económico se desacelera y se recauda menos dinero. Como muestra el trabajo de Prescott, el efecto es incluso más fuerte a medida que crece la asistencia social del gobierno.
Y luego está el largo plazo. En relación al objetivo de Obama de subir drásticamente la tasa impositiva máxima durante su presidencia, la investigación económica muestra otro punto interesante: impuestos más altos no disuaden de trabajar a la gente rica, pero esas altas tasas aminoran los incentivos de los jóvenes a invertir en educación y en carreras que mejorarían sus posibilidades de volverse la gente rica del mañana. Estas consecuencias económicas negativas obviamente reducen las chances de un crecimiento económico robusto.
En definitiva, ninguno de nosotros puede pagar los costos reales del presupuesto del sueño democrático socialista. Y estos son solo los costos financieros. No dice nada sobre paralizar la innovación, el emprendurismo y el trabajo bajo tal plan. Es increíble cuánto puede cambiar en 25 años la ideología de un partido político.
Veronique de Rugy es una investigadora en el Centro Mercatus de la Universidad George Mason y senior fellow en el Instituto Americano de Investigación Económica. Este artículo fue publicado con anterioridad en AIER.org
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