Hace 30 años se pronunció un discurso en un lugar ideal para discursos épicos. El extinto Muro de Berlín. Nada representaba mejor la diferencia entre capitalismo y socialismo que el Muro de Berlín.
Los países capitalistas, hacen muros para mantener a la gente fuera de ellos y controlar el acceso a los inmigrantes, los países socialistas hacen muros para evitar que la gente emigre. Por más que algunos mistificadores y sofistas quieran hacer algún tipo de equivalencia moral entre capitalismo y comunismo en eso de la construcción de muros, se olvidan de algo: los muros de la frontera México norteamericana son para evitar que los inmigrantes del México y la Centroamérica semi feudal lleguen a los Estados Unidos.
Los muros entre Israel y Palestina son para evitar la infiltración de terroristas que se oponen a la ocupación militar mediante acciones contra la población civil Israelí. Los muros y fronteras militarizadas del comunismo eran para evitar que los nacionales escaparan hacia otros países en lugar de construir los paraísos socialistas de obreros y campesinos. O sea, en un muro los enemigos son los extranjeros o los palestinos ocupados, en otro muro los enemigos son los propios ciudadanos del estado que construye el muro. Como liberal puedo decir que no me gustan los muros, pero no puedo admitir ningún tipo de equivalencia moral entre ambos casos. Los muros comunistas son moralmente mucho peores, porque además de coartar la libertad de las personas de moverse libremente, mienten descaradamente en decir que es por el bien de los encerrados, como si los seres humanos fueran animales de corral, y que es para poder construir el paraíso.
El 12 de junio de 1987 Ronald Reagan pronunció un discurso, frente al Muro de Berlín. Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo ll, formaron en los ochentas una santísima trinidad, una santa alianza donde se decidió acabar por una vez con el flagelo moral que era el comunismo. Ayer como hoy estos tres personajes siguen siendo vilipendiados por la izquierda mediática, sin olvidarse que frente al fracaso intelectual y moral que fue el comunismo, la izquierda socialdemócrata trató en vano de encontrar una tercera vía intermedia económica que no existe y una distención política y militar que nunca funcionó porque los comunistas nunca estuvieron realmente interesados. Pese a sus errores, Reagan con sus déficits, Thatcher con su darwinismo social y Juan Pablo II con su desfasada visión de la sexualidad, los tres estuvieron claros en que la democracia liberal y la economía de mercado pese a todos sus defectos eran intelectualmente y moralmente superiores al socialismo comunista y no dudaron en proclamarlo a los cuatro vientos.
Hoy cuando el mundo de habla hispana con el chavismo, con los neocomunistas de Podemos en España, con un Papa argentino que no oculta sus simpatías por la Teología de Liberación, y con la aceptación del anormal régimen cubano por las democracias latinoamericanas como un igual, pareciera marcar una rehabilitación soterrada de los ideales comunistas, es bueno recordar las palabras de Ronald Reagan.
Tras darle las gracias al Canciller de Alemania Helmut Kohl, y definir Berlín occidental como “un lugar de libertad”, algo que ya habían descubierto John F. Kennedy, Iggy Pop y David Bowie entre otros, y declarar que solo hay un Berlín, y resaltando el simbolismo de la división de Berlín con la división Alemania y del Mundo en dos campos durante la guerra fría, que hace a todo ser humano un Berlinés, Reagan dijo¨:
”Es aquí en Berlín donde el muro emerge más claramente, cortando a través de su ciudad, donde las fotos de las noticias y pantallas de la televisión han impreso esta brutal división de un continente en la mente del mundo. Parado aquí frente a la puerta de Brandeburgo, todo hombre es un alemán, separado de sus hermanos. Todo hombre es un Berlinés, forzado a mirar una cicatriz”.
Reagan recordó a Adenauer, a Erhard y a Reuters y destacó el papel de la libertad económica en la reconstrucción de Alemania. Recordó que la amenaza de Jrushchov “los enterraremos” no se cumplió, por el contrario, mientras el occidente capitalista se lanza a una prosperidad sin precedentes, el mundo comunista se estancaba y retrocedía en todo menos lo militar.
Luego, a mitad del discurso, el momento definitivo del mismo:
”Solo hay un signo que los Soviéticos pueden hacer que pueda avanzar de manera dramática la causa de la libertad y la paz. Secretario General Gorbachov, si usted quiere buscar la paz, si usted quiere buscar prosperidad para la Unión Soviética y Europa Central, si usted quiere liberalización; ¡Venga aquí a esta puerta! Señor Gorbachov, ¡abra esta puerta! Señor Gorbachov, ¡derribe este muro!”
De allí en adelante el discurso se volvió anticlimático, se volvió más bien una lista de medidas concretas que podían tomar ambas superpotencias para terminar con la guerra fría. Pero esa era la idea, para terminar de verdad con la guerra fría, había que atacar el símbolo de la división del mundo que estos habían creado. El Muro.
Esta es la grandeza de los líderes de los ochentas, frente la ortodoxia bienpensante de los líderes actuales, los discursos de esa época eran mucho más profundos que los de ahora.
Hace treinta años un discurso marcó el fin de una era y fue el corolario del discurso de John F Kennedy más de veinte años antes.
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