Uno no quiere ser insensible, pero se tiene que decir algo y se va a decir. Por ahora los debates, si bien han demostrado que hay cierta voluntad en algunos candidatos a la presidencia a tomarse riesgos en decir algo nuevo como en el tema de la Caja del Seguro Social, no se ve el deseo de los candidatos, a semanas de las elecciones, de arriesgarse mucho.
Uno de los puntos clásicos es el tema de la educación. A diferencia de la Caja de Seguro Social, donde evadir el tema y pasarle la papa caliente al siguiente gobierno es imposible en esta ocasión por el riesgo de quiebra de la misma. Ello hace que las entidades financieras internacionales estén muy pendientes de qué va a hacer el próximo gobierno y si no, no harán los préstamos que un gobierno sin ahorros necesita para gastar sin tocar la sagrada y clientelista planilla.
En la educación y la justicia no se dijo mucho, o si se dijo, quedó en palabras y proyectos grandilocuentes, pero sin demasiado contenido concreto, quizás porque son temas que no van a bloquear préstamos internacionales si no hacemos el intento por resolverlo. En el peor de los casos, la desidia y cobardía de los gobiernos se paga en forma de competitividad disminuida, oportunidades perdidas, peor calidad de vida, marginación social, delincuencia.
En educación nadie habla todavía de descentralizar, sino que se sigue en la quijotesca búsqueda del currículo perfecto. Nadie habla de cómo van a lidiar con la oposición de los gremios magisteriales al cambio, y peor aún, con la oposición interna de la burocracia del Meduca. Se habla de más presupuesto y más becas, de más calidad, pero no se explica por qué lo ya existente no funcionó, sino que se reitera a sí mismo. Entiendo, son las elecciones. Las promesas electorales son ideas que suelen cambiar, pero de allí a la demagogia barata solo hay un paso. Había que decirlo y se dijo.
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