En esencia, el licenciamiento es la pervertida estrategia diseñada para intervenir desde el poder central improductivo, en la actividad y producción económica de los sectores productivos, dejando por fuera a los sectores improductivos; precisamente porque son “improductivos”. Y al poner “improductivo” entre comillas, lo hago con el propósito de referirme a esos sectores que no le representan ingresos ladinos al rey y a los compinches del rey.
Buen ejemplo de un licenciamiento pérfido es aquel licenciamiento diseñado para excluir los precios competitivos más bajos y así aumentar los ingresos de los grupos privilegiados a través de esquemas de clientelismo parásito; a la vez que logran más ingresos fiscales para alimentar al estado obeso y desmedido.
En los EE. UU. está el caso de una persona que invitó a otra para hacerle las uñas, y escogió a propósito hacerlo frente a las oficinas de la agencia de cosmetología de la ciudad, en dónde fue arrestado por cometer el horrendo crimen de hacerle las uñas sin licencia. ¿Desde cuándo y cómo es que instauramos gobiernos para evitar que los ciudadanos pudiesen ganarse la vida? Si fuese el caso, todos los vendedores ambulantes en nuestras calles deberían ser arrestados y multados. No se hace porque no es posible hacerlo; y no por falta de ganas de hacerlo.
El caso de las manicures es obvio, pero hay una inmensa cantidad de otros casos en dónde no es tan obvio y absurdo. La realidad es que el acto de licenciamiento en Panamá nos llegó cuando aramos la finca del rey de España conocida como Castilla de Oro. Nadie podía llevar a cabo comercio dentro de la finca del rey si éste no le daba licencia para ello. Pero, de inmediato surgió el mercado informal, particularmente en los arrabales fuera de la ciudad amurallada de San Felipe; lo cual llevó a la creación de una ley que prohibía a los negros la buhonería. Hoy día nada ha cambiado sino los nombres. Tenemos el taxi pirata que funciona si la licencia que ahora llamamos “cupo”; y nadie sabe el propósito del cupo; salvo el de la coima, que si no se paga no se obtiene el cupo. A nadie que le he preguntado la razón del cupo me contesta que tendría motivos de seguridad.
La realidad es que la licencia gubernamental que supone ser para protegernos no hace tal cosa, y más bien es el instrumento de una estafa. Es algo análogo a los controles que dificultan o entorpecen a los ciudadanos probos la tenencia y porte de armas de fuego para su defensa. Las autoridades alegan que nos están protegiendo, lo cual es falso; entre otras razones, porque las autoridades y sus policías no tienen el don de la ubicuidad y en la mayoría de los casos llegan a la escena del crimen luego que los malhechores se han ido. ¿Se imagina usted que hiera o mate a un asaltante con un arma sin licencia? Quien estaría en aprietos es quien usa su derecho inalienable de defender su vida o propiedad. En el fondo se trata de gobiernos que temen a los ciudadanos probos. O, gobiernos que tienen negocios de contrabando de armas y quieren aumentar los precios de las mismas.
El incentivo natural del ciudadano que busca ser retribuido por su servicio es la ganancia lograda en virtud de un buen producto o servicio dado con atención y esmero. La pregunta es si ¿acaso el licenciamiento gubernamental agrega algo sustantivo a ello? O lo podemos ver por otro lado; el que estemos acostumbrando a la población a depender de una inexistente o ineficaz protección gubernamental, mientras que vamos perdiendo nuestra capacidad crítica. Algo así como: “No, yo no necesito protegerme porque para eso está el estado y su policía?
De ser por el licenciamiento Thomas Edison no hubiese podido ser certificado como ingeniero, o Abraham Lincoln no hubiese podido practicar leyes. O peor, Albert Einstein no podría haber enseñado clases de ciencia en una secundaria.
La realidad del licenciamiento es que no sólo encarece las cosas sino que es instrumento de la corrupción. El que hayamos aceptado mansamente que creamos el gobierno para que nos conceda permiso para comerciar es más que absurdo. Para lo que sí son buenos los burócratas gubernamentales, y ni hablar los burrócratas, es para crear más y mejores formas de coartar nuestras libertades, encarecerlo todo, y crear una inmensa economía informal. Y… menos mal que gozamos de dicha economía informal; pues, de lo contrario, ser pobre sería mucho más trágico.
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