La “ilusión” nos llega del latín illusîo, que se refiere a una imagen, idea o ideología que surge de la imaginación y que típicamente es engaño alejado de la realidad. Tristemente, hay muchos ilusos a punto que, según Gallup, en los EE.UU. el 65%% de los llamados “democrats” y el 39% de los estadounidenses favorecen la doctrina socialista, en mayor o en menor grado. Pero el hecho de que muy pocos puedan definir lo que es el socialismo nos lleva a concluir que se trata de una ilusión.
Un caso ilustrativo, que nos cuenta David Boaz del instituto CATO, es el caso del senador Bernie Sanders quien, al defender su socialismo manifestó que desearía que los EE.UU. fuesen más como Dinamarca. Curioso que el primer ministro de Dinamarca rápidamente aclaró que “Dinamarca está lejos de tener una economía planificada. Que Dinamarca tiene una economía de mercado.”
Antes de proceder, veamos mejor lo que es el socialismo. De salida, el socialismo es lo contrario al liberalismo; a pesar de que lo contradiga la enciclopedia filosófica de Stanford al decir que se trata de libertad individual. La realidad es que hablar de libertad individual o personal (de la persona) es hablar de libertad económica; es decir, quien economiza es la persona y no el estado y sus gobiernos. Economía de mercado es la división del trabajo que se logra con el mercado; pero no cuando éste es torcido por gobiernos infectados con politicastros.
Otro aspecto interesante que define las diferencias entre la mentalidad o ilusión socialista del liberalismo la tenemos en que el dinero es producido del mismo modo que se producen los demás productos y servicios en un mercado desembarazado; vale decir, que una banca central jamás debe controlar e imprimir dinero al infeccioso y destructivo antojo policastrense. Y no busques la definición de “policastrense” pues la acabo de inventar.
Para discutir con los acólitos de Bernie Sanders sobre lo que es el socialismo, comencemos por aclarar que se trata del control gubernamental sobre los medios de producción; lo cual aflora con bastante claridad en la constitución panameña en los artículos 282 y 284, que dicen cosas como: “El ejercicio de las actividades económicas corresponde primordialmente a los particulares; pero el estado las orientará, dirigirá, reglamentará, reemplazará y creará…” según sea el interés del maleante de turno. Y el 284, que dice: “El estado intervendrá en toda clase de empresas… para hacer efectiva la justicia social… Regulará… las tarifas, los servicios y los precios, los artículos. Exigirá la debida eficacia… calidad… Coordinará los servicios de la producción.” Y luego de eso, un arroz con pollo y medio tamal.
La otra es la nacionalización de las industrias, tal como en Panamá que tenía su línea aérea y otras empresas que no corresponden al propósito de gobernación y, que aún en el 2023, siguen existiendo empresas cuyo accionista es el gobierno; quien sea que es el Sr. Gobierno. Es la centralización de hospitales, escuelas, y mucho más. O, más allá en el camino hacia la servidumbre, encontramos entuertos gubernamentales que, supuestamente, distribuyen los ingresos; es decir, los reparten “equitativamente”. Y ni hablar del nombrecito: “Estado benefactor”. En el fondo no es otra cosa que el igualitarismo irreal y destructivo; ya que no se logra igualdad repartiendo lo que otros producen.
En fin, creer que destruyendo al productivo vamos a ayudar el improductivo no le llega ni cerca a la bobería; y, sin embargo, por allí andan los oleajes de esas ilusiones. Otra cosa es enfrentar el juega vivo y la corrupción; lástima que los líderes socialistas, y ni hablar los comunistas, siempre hacen compinche con los empresarios coimeros. Y, como todo ello es ilusión, todo el que se queje se convierte en aguja que puede romper la absurdas pompas de jabón y debe ser eliminado.
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