Hace buenos años camino a casa escuché en la radio a un ciudadano que se refería a algo de dijo un tal John Bennett por la TV, acerca del libre mercado. La crítica del ciudadano era que en un libre mercado los más ricos siempre llevaban ventaja; lo cual es cierto, pero lo que obviamente no entendía el ciudadano es que la manera de nivelar el campo de juego no es por intermedio de los zorros del gallinero estatal. Y, sí, el gobierno existe para evitar los crímenes y abusos; lástima que ese mandado lo tuercen al punto de que son los gobiernos que se vuelven abusadores.
Se trata de una crítica basada en la falsa premisa de que quitando al que más tiene se ayuda al que menos tiene. O, visto con otro enfoque: se trata de una crítica más existencial que ética; lo cual se derrama al campo del vacío cuando la persona no encuentra sentido a su vida.
Es en el campo del ‘dejar hacer’ o “laissez faire” o mercado, que nos topamos con el rechazo de quienes no saben hacer. Y, lo que debíamos enfocar es la mejor manera de enseñar a hacer; lo cual no se logra por intermedio de más instituciones estatales, esas que no dejan hacer. Es el caso del padre que no deja al hijo montar la bici. ¿Cómo va el pobre a salir del pozo de la pobreza sin las herramientas del caso? Lo cual, definitivamente no sería por medio de la intervención gubernamental en MEDUCA y mucho más.
La pervertida Constitución panameña en su preámbulo inicia llamando a la defensa de la libertad; para luego contradecirse con “peros” y la intromisión gubernamental en materias que no son propias de la buena gobernanza. Fue durante la Dictadura lo que los milicos querían, ya que habían logrado el poder de las armas, pero no el económico.
Y sí, el mercado libre es una jungla que al internarnos en ella nos lanza inmensos retos; pero así es la vida y la solución no es intervención castrense ni castrante. No se aprende a ser buen cazador si por delante va un politicastro ladrón disque abriendo camino con machete ajeno. Para ser exitoso hay que ser productivo y rara vez veremos instituciones gubernamentales productivas.
El “éxito” de la mayoría de funcionarios gubernamentales se basa en su habilidad en complacer favores políticos; lo cual muy poco o nada tiene que ver con favorecer al ciudadano. En la buena ferretería, el éxito, aquel del cliente que regresa, depende del buen servicio del dueño y sus vendedores; lo cual me consta habiendo trabajado como vendedor en Novey por mucho tiempo. Lo curioso y triste es que, por un lado, los ciudadanos vean al gobierno como un ente cuasi divino, una Santa Claus, mientras, al mismo tiempo dicen que nada lo hacen bien; es una contradicción fatal.
Se logra buena economía cuando valoramos acertadamente las funciones económicas, tanto de parte del estado como de los ciudadanos. Pero, cuando nuestras valorizaciones son irreales, tal como creer que Papachú estado o tal o cual político ladrón es la solución, ciertamente vamos para Patacón.
Cuando la mayor parte de una población no cree en, ni practica la unión conyugal y deja en manos de ladrones la esposa o cosa pública; nada raro el desastre. Quien cree ciegamente que los gobiernos pueden, saben y quieren educar a sus hijos, va por el camino del mal. En fin, no podemos ser morales cuando no somos libres para decidir lo que está bien o mal.
Algunos asumen que hay tanta gente pervertida a punto que se requiere un hombre fuerte que ¡MANDE! El problemita es que si en verdad son tantos los perversos y elegimos a un perverso al puesto de MANDAMÁS, entonces vamos “patrás”.
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