“Para cuando muera Fidel Castro (o Cuba sea libre de tiranos)” es una re-elaboración sobre un paper redactado por el gran cubano fallecido poco más de un año, el Dr. Armando Ribas. Su título original era “Para cuando muera Fidel Castro”, dado que lo había elaborado (en base a una entrevista previa) en el año 2013 aproximadamente y nos los había enviado como colaboración, como era habitual desde el inicio de este blog. Armando Ribas habría cumplido años el 12 de Julio, el día que Cuba se levantó por primera vez en tantos años luego de la toma del poder por Fidel Castro en 1959. Seguramente ese día sonrió desde el cielo.
Entrevista a Armando Ribas
No tenemos la certeza sobre el año y el día de la muerte del longevo dictador cubano. Pero -intuimos- está próxima. ¿Cuáles serán las consecuencias políticas de su desaparición?
Nos ha parecido oportuno convocar a Armando Ribas, escritor, periodista y polemista nacido en Cuba, a emitir su opinión sobre lo que puede ocurrir llegado el momento, justo cuando una ola de izquierda parece inundar –por decepción, o por contagio- a casi todos los países de nuestra Latino América.
Perspectivas Microeconómicas: ¿Qué medidas considera imprescindibles a tomar en Cuba –cuando desparezca Fidel Castro-, para generar un sistema de convivencia sustentable?
Armando Ribas: Para encarar el futuro de Cuba con alguna posibilidad de mejorar nuestra dramática, por no decir triste y trágica tradición política, es más que necesario, imprescindible, conocer con plena convicción las causas que produjeron esa situación.
En primer lugar, es necesario un profundo acto de contrición por parte de aquellos que vivimos el momento agónico de la llegada de la Revolución. En ese sentido, debemos olvidar cualquier posibilidad de dividir a nuestra sociedad entre réprobos y elegidos. La responsabilidad por la dramática inserción del marxismo-leninismo, se pergeñó a través de nuestra historia republicana.
Yo sé que el advenimiento de la “aurora” revolucionaria, fue recibido con beneplácito, euforia y emoción por la población, desde la más humilde a la más encumbrada, con la salvedad de los personeros del régimen de Batista. Esa emoción profunda y compartida se expresaba en los “slogans” que minaban toda posibilidad de análisis racional del curso revolucionario: “Cuba sí, Yankees no”; “Paredón, paredón”. Todo el que intentaba una observación era un contrarrevolucionario o un imperialista; su destino el “paredón”. Pues bien, después de cuarenta y ocho años ahí tenemos a “Cuba sí”.
Empecemos por los que considero los iniciadores de este camino hacia el infierno. Hay quien cree que todo el problema empezó con la sombra de Castro. Mi criterio es muy diferente. Esa sombra se proyectaba ya desde el 4 de Septiembre de 1933, cuando el sargento Batista -con el apoyo del Directorio Revolucionario- destruía a la plana mayor del ejército cubano, atrincherada en el Hotel Nacional. Así, en el ’33 los revolucionarios entregaban el poder a los sargentos, y en 1959, ya generales satisfechos quizás, se lo devolvieron.
De más está decir que nuestra cultura política en el período republicano dejaba bastante de desear. Yo era abogado y salí de la Universidad, no obstante ser dirigida por los agustinos americanos, sin conocer la Constitución de Estados Unidos ni su Bill of Rights (declaración de derechos) y, por supuesto, ignorando toda la filosofía política en que se sustentara la creación de la civilización más importante que haya conocido la historia de la humanidad.
Locke, Hume, Ferguson, Adam Smith y aún El Federalista eran ignorados a 180 kilómetros de La Florida, y nos reíamos de los americanos, mientras vivíamos del bienestar que producía la relación económica privilegiada que nos habían concedido. Pero esta actitud no era la de los diarieros, limpiabotas o simplemente obreros. Era la cultura de nuestra clase dirigente, entendiendo por tal la salida de los colegios de La Habana y de sus universidades, la que estaba enamorada de las palabras del romanticismo de José Martí: “Yo conozco al monstruo, pues he vivido en sus entrañas”; “nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino”; o “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. Pues bien, parece que el vino se hizo demasiado agrio para algunos y se fueron a las entrañas del monstruo; y otros, que lo siguieron tomando, decidieron -o no les quedó más remedio- echar su suerte con los pobres de la tierra.
El comunismo, a su vez, tenía en Cuba otro carácter singular, su mayor representación era la de un negro -o si se quiere de un afrocubano para no ser políticamente incorrecto-, el Sr. Blas Roca. Dicho sea de paso, si bien no lo conocía estoy seguro que este señor tenía una cultura superior a la del promedio de nuestra clase dirigente. Su hijo hoy aprendió de los resultados de la intelectualidad de su padre, y lo admiro por su valentía de enfrentar al “liberador de América”. Pero mi objeto era destacar que, no nos engañemos, el racismo en Cuba, que trascendía nuestra peculiar y pertinaz chabacanería, se sustentaba en la falacia de que en Cuba no había problemas raciales, pues los negros ocupaban su lugar. Parece que lo siguen ocupando, pues en toda la plana mayor del gobierno del liberador del Caribe no aparece una cara oscura, al menos que yo haya visto.
Yo sé que lo que yo he dicho no es agradable para los cubanos en Cuba, que supongo que aún enfrentados con Fidel, les debe ser muy difícil superar esa desnaturalización de la razón. Véanse las dificultades de Alemania Occidental para integrar a los exponentes de la igualdad au trance, después de la caída del muro. Fue así que The Economist escribió hace algún tiempo que la verdadera división de Alemania, comenzó con la caída del Muro. No se crea una sociedad democrática en la que se respetan los derechos individuales, tan sólo porque se derrumba una tiranía. La Revolución Francesa fue un primer ejemplo de esta verdad manifiesta, y que tan bien explicara Alexis de Tocqueville en su libro El Antiguo Régimen.
Tampoco va a ser recibida bien por aquellos que -escapados del “terror”- se confunden, tal como dijera Tocqueville en la obra citada: “Los pueblos odian al tirano, pero aman la tiranía”. Y aman la tiranía todos los que creen en la igualdad económica y que en la prosecución de ese fin que ignora la naturaleza humana, generan la desigualdad política, que es la opresión y la falta de libertad al desconocer los derechos individuales. En ese sentido, mi experiencia en Miami es que el odio a Fidel Castro a veces obnubila el entendimiento de la naturaleza misma de los factores y creencias que conducen a la tiranía.
La comprensión de este fenómeno es imprescindible para que la experiencia cubana en Miami se convierta en un nuevo hito en la historia de América Latina. Con admiración observo los logros alcanzados por los cubanos en La Florida y la incógnita es, por qué no se hizo eso en Cuba antes de Fidel Castro. Ello hubiera impedido que la revolución triunfara. A partir de esta exitosa inmigración, los Estados Unidos han incorporado una nueva capital: New York, la capital del mundo; Washington, la capital de Estados Unidos; y Miami, la capital de América Latina. Es decir, la bisagra a través de la cual se funden dos culturas que iniciaron su curso histórico con un mismo fin: la libertad; pero al Sur se cerró el camino, pues se confundió independencia con libertad. Veamos un ejemplo, Puerto Rico no es independiente, pero los portorriqueños son libres; Cuba es independiente, pero los cubanos son esclavos, y algunos, o muchos, sin saberlo.
Al igual que lo había mostrado Argentina en el siglo pasado, las sociedades que aceptan los principios liberales fundados en el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la propia felicidad, triunfan. En tanto que aquellos que insisten en la contradicción entre los intereses particulares y los intereses generales (bien común), fracasan bajo el peso de los intereses particulares de las burocracias que crean, y del interés particular del tirano de turno.
La comprensión de la naturaleza misma de esta experiencia es un compromiso fundamental de los cubanos con la historia. Así, evitaríamos que el amor o el odio hacia Fidel Castro, provoque el error político de mantener un embargo absurdo, cuya inutilidad ha sido mostrada por más de 42 años en el indudable éxito político de Castro al mantenerse en el poder, conviviendo ya con diez presidentes de Estados Unidos. Ese embargo es el desideratum para la dictadura castrista, ya que le significa la gran excusa por el desastre causado por un sistema contra natura, y que no necesariamente se corregirá por la muerte del “Máximo Líder”. La preparación para la desaparición de la escena de Castro pasa inexorablemente por un acercamiento paulatino hacia los cubanos que sufren, y que no están en Miami.
Ese acercamiento, que vaya cerrando las heridas entre los que sufren y los que odian, sólo se puede lograr dejando de odiar y ayudando a los que sufren, con el restablecimiento de las relaciones económicas. La mayor amenaza a la estabilidad del régimen es el mejoramiento de las condiciones económicas y/o la exposición clara sobre el origen de los males que padecen. El resto de América Latina dejará de ver en Fidel a ese portento de David frente a un Goliat que se empeña en presentarse como tal. Lamentablemente, el embargo se ha convertido en el medio de ganar las elecciones en La Florida, en tanto que el acuerdo inmigratorio legitima la inmoralidad de otorgarle la libertad a 20.000 ciudadanos cubanos por año, y dejar en manos de la policía castrista el mantenimiento de las cadenas para el resto.
Odio aparte -aclaro que yo dejé Cuba en 1959, y no porque fuera partidario de Batista-, es menester reconocer los logros de la revolución en materia de educación. La parte más difícil, es despojar a una población -en muchos casos científica y técnicamente preparada y en casos sobresalientes- de la tergiversación política que es la que le impide alcanzar el estadio de bienestar que su educación le permitiría. Veamos el caso de Rusia: es muy posible que tanto científica como intelectualmente, los rusos no le vayan a la zaga a los americanos -y en algunos casos, hasta los aventajan-, pero el que implosionó fue el sistema soviético. La razón: la confluencia entre la excelencia científica y la ignorancia filosófico-política.
Entonces es necesario el futuo entendimiento y el acercamiento, para rescatar lo positivo de la enseñanza cubana en el orden de la ciencia y eliminar la tergiversación ideológica que determina que los médicos e ingenieros prefieran trabajar de taxistas en los hoteles para los turistas. Este proceso es difícil y si no, veamos lo que ocurre en todos los países ex-comunistas, donde finalmente los comunistas ganan las elecciones. No creamos que de pronto, los capitales cubanos se van a colocar a una Cuba post Fidel. El capital no es cubano ni tiene sentimientos, y Florida no tiene el poder de Alemania Occidental. Tampoco la mayoría de los cubanos va a volver -salvo excepciones- y mucho más difícil es que puedan participar con éxito del poder político en una isla liberada de Fidel y encadenada psicológicamente a esa enfermedad neuronal que responde al marxismo.
P. M. ¿Cuál es su opinión sobre el mejor instrumento para iniciar un camino hacia la democracia en Cuba: derrocar a Fidel o esperar su desaparición?
A. Ribas: Entre Kant y Hegel desarrollaron el principio de la razón en la historia, y el segundo llevó ese principio a sus últimas consecuencias, que era la deificación de la guerra como la forma en que los estados hacen su irrupción en la historia. Al aceptar este principio, Hegel, discutiendo a Cicerón, había señalado que César había cometido el delito imposible de matar a la República, que estaba muerta. Pues bien, se me antoja en términos hegelianos comparar a Fidel con Julio César. Cuarenta y cinco años de enfrentamiento con la nación más poderosa que haya conocido la historia, y su supervivencia no la pudieron mostrar ni Hitler, ni Mussolini ni Stalin. Diez presidentes de Estados Unidos, dan cuenta de una figura que tiene, mal que nos pese, un lugar en la historia aún cuando podamos considerarlo como el caballo de Atila, que por donde pasaba no crecía la hierba.
Recientemente, Fidel Castro acusó nuevamente a Estados Unidos de pretender invadir a Cuba, pero que él moriría peleando, a lo que alguien de la Administración le respondió socarronamente que moriría hablando. Y es cierto, porque Fidel sabe que su pelea más eficiente está en su retórica, que mal que nos pese se encarna en nuestras percepciones éticas. Comentando a Sócrates y los sofistas: “Esta mascarada sólo puede ser llevada a cabo poniendo el vocabulario moral convencional al servicio de sus propósitos privados. Debe de decir en las Cortes y en las Asambleas lo que la gente quiere oír, de manera que pongan el poder en sus manos… Él debe tomarlos primero por los oídos antes de agarrarlos por la garganta”.
Es evidente que la diferencia entre Cuba y el resto de América Latina es que ya gracias a su razón en la historia, Fidel tiene a Cuba agarrada de la garganta, mientras insiste en tomar a los latinoamericanos por los oídos. Es decir, que Cuba no es un problema para 13 millones de cubanos, encerrados en 114.000 km2, sino que se extiende a todo el continente, donde la ética convencional -basada en la mala distribución de la riqueza-, justifica al antiamericanismo, por más estúpida que esta actitud sea.
Al mismo tiempo, la incomprensión de esta realidad racional, ha hecho que se desarrollara la teoría de que Fidel Castro pretende una invasión americana para pasar como héroe en la historia. Si hay algo que Fidel ha mostrado hasta la saciedad es que no tiene la más mínima aspiración de héroe (desde el cuartel Moncada en adelante). Su gran heroísmo es la palabra; la supuesta amenaza de una invasión es lo que le permite aumentar la presión, y no la posibilidad del dinero del Banco Mundial. Confundir el interés de Fidel Castro con los préstamos de los organismos internacionales, es ignorar los principios más elementales de El Príncipe y aplicar, por el contrario, la ortodoxia moral convencional, olvidando que el miedo es el gran factor de las tiranías. Para mí, la única alternativa viable son los tanques Sherman, que le darían a Estados Unidos en el continente por los menos el respeto, ya que no el amor, por más que lo pretendan. Fidel ya está en la historia, lo que queda por determinar es hasta cuándo esté en este mundo, y los Estados Unidos tienen la fuerza, pues en la batalla de las palabras ha ganado y sigue ganando, lamentablemente.
P. M.: ¿Cuáles cree usted que han sido las causas profundas del éxito de Fidel Castro para mantenerse en poder durante casi medio siglo?
A. Ribas: Mi criterio es que el golpe que determinó el curso posterior de los acontecimientos en Cuba fue el 4 de septiembre de 1933. En aquella oportunidad, que no podemos olvidar, el Sargento Batista derrocó a la plana mayor del ejército e hizo la transubstanciación de los sargentos en generales.
Este hecho fue a mi juicio trascendente, pues Cuba, que era una privilegiada en las relaciones con Estados Unidos y no era un país ideologizado sino tal vez diría provinciano, ignorante de la civilización que nos amparaba, era quizás el último que podía pensarse caería en manos de los comunistas. Por eso he dicho que Cuba no es un caso único en América Latina sino un caso extremo. Ahora bien ¿cuál es la causa que determinara que fuera la única república latinoamericana que cayó en manos del totalitarismo comunista? La respuesta es la ausencia del ejército. Los “sargengenerales” le entregaron el poder a Fidel Castro, en tanto que en América Latina, con sus errores y excesos, fue el único baluarte que enfrentó la subversión comunista en el continente.
Lamentablemente, Estados Unidos ha aceptado como modelo institucional la existencia de elecciones e ignora la ausencia de seguridad jurídica (vigencia de los derechos individuales) como consecuencia de la denominada justicia social. La Historia nos muestra que mientras más justicia social, (más derechos sociales), menos respeto por la propiedad y en consecuencia más necesidades y mayor omnipotencia del Estado, broquelado detrás de las “instituciones” que ignoran su función primordial, cual es la limitación del poder político que es la contra cara de la libertad.
Las reflexiones anteriores no pretenden un enjuiciamiento de nuestro comportamiento a más de 40 años, sino una advertencia respecto a lo que ocurre hoy –digo hoy– en América Latina, donde el marxismo al descubierto o solapado pervive. Los votos no convierten una estupidez en una virtud, y por alguna razón Tocqueville se refirió al excepcionalismo americano y así lo recoge la revista The Economist. O aprendemos el significado ético-político del rule of law, la defensa de los derechos individuales, o las democracias fracasadas -como la de Weimar- desembocarán en un nuevo totalitarismo fundado en la virtud sublime de la superación de las necesidades.
P:M.: ¿Cómo resultó posible que estando gobernando el ejército cubano, los revolucionarios comunistas triunfaran tan rotundamente?
A. Ribas: Según la “sabiduría ortodoxa”, Cuba era el burdel de Estados Unidos. En su libro El Cuarto Piso, el embajador en La Habana, Earl T. Smith escribió: “Si pudiera conseguir un jurado de doce personas imparciales, estaría dispuesto a apostar cien mil dólares a que puedo convencer a todos los miembros del jurado antes de 24 horas de que el movimiento de Castro está infiltrado y dominado por los comunistas.” Decididamente, los políticos americanos habían pasado a desconocer a los dictadores de izquierda y Castro fue la primera oportunidad de esa política. Yo no voy a dejar de reconocer que la historia política de Cuba, a partir de la independencia de 1902, cuando Estados Unidos terminó la primera intervención, deja mucho que desear. También sería falaz intentar desconocer que había burdeles en La Habana, pero en cuanto al juego, podría decir que en el casino de Mar del Plata hay ciertamente más ruletas que las que hubo en todos los casinos de La Habana.
Tampoco voy a decir que en Cuba todo el mundo era rico y que no había ricos y pobres, o que los negros ocupaban en la sociedad el mismo lugar que los blancos. Pero sí voy a decir que nada de eso puede explicar ni la aparición de Fidel Castro, ni su larga permanencia de más de 47 años. Y desconocer esta fea realidad es una nueva amenaza que se cierne sobre el continente, independientemente del eventual deceso de Castro, que seguramente habrá de ocurrir.
Cuando más adelante, los mismos sargentos-generales se dieron cuenta de que Estados Unidos le había quitado el apoyo a Batista, decidieron “acomodarse” con el régimen que viniese. Tanto más cuando los revolucionarios habían logrado traumatizar la vida cotidiana y la gente ya pensaba que cualquier cosa era mejor que Batista. Algunos datos hhistóricos dan cuenta de la corrupción política que entonces imperaba en la isla de los sargentos. En primer lugar, se votaban los presupuestos para la lucha en la Sierra Maestra y los políticos los dividían con los militares. En consecuencia, mandaban al frente algunos hombres casi desarmados, que finalmente engrosaban las filas de las guerrillas.
En Santiago de Cuba, se encontraba la base militar más importante después de la de Columbia, que estaba en La Habana. Fidel Castro fue a dialogar con el jefe de dicha base, y éste le rindió sus 5.000 hombres frente a menos de 300 guerrilleros, a cambio de su nominación como jefe del próximo “ejército revolucionario”. Por supuesto, los sargentos les vendían las armas a los revolucionarios, total daba lo mismo, viniese quien viniese la Isla “era de corcho y siempre flotaría”. El dicho popular daría cuenta de esta actitud: “aquí lo que hay que hacer es no morirse, porque el muerto va al hoyo y el vivo al pollo.”
Poco antes de la caída, el ”Che” Guevara atravesó con una columna de 200 hombres la provincia de Camaguey para dirigirse a la Sierra del Escambray. Camaguey es decididamente la pampa cubana, pero nadie lo vio pasar. En consecuencia, los sargentos le devolvieron el poder a los revolucionarios y Batista, conciente de esta realidad, escapaba con su séquito el 31 de diciembre de 1958, dejando a Cuba en la anarquía total.
La explicación anterior es de la mayor importancia, pues la entrega de los militares sargentos es la variable explicativa del advenimiento de la noche. Todos los otros elementos no son más que causales adicionales secundarias, ya que Cuba, a pesar de la corrupción política, disfrutaba de un nivel de vida muy superior al resto de América Latina, con Argentina incluida. Corrupción e ignorancia asolaban a la tierra de Martí, pero en ello no era demasiado diferente del resto de América Latina, cuyos fracasos políticos sucesivos se sufren todavía, después de 45 años. Y el relativo éxito económico de Cuba se debía fundamentalmente a que la corrupción política no había llegado al plano de lo ideológico y a que el sistema capitalista -con las deficiencias del caso- definía la relación económica con Estados Unidos, que era sustantiva.
P.M.: ¿Cree que el inicialmente solapado marxismo-leninismo de Fidel Castro, engañó al Departamento de Estado?
A. Ribas: Llegado Fidel a La Habana, 7 de enero de 1959, se convirtió rápidamente en el poder detrás del trono y el país se gobernaba por televisión a través de los invariablemente interminables discursos del “Comandante”. Las prevenciones de Smith fueron corroboradas en el primer discurso de Castro a su llegada a La Habana, después de haber hecho (a lo Mao Tse Tung) una gran marcha desde Oriente. Allí, por si había alguna duda, dijo y yo lo recuerdo, pues tuve la oportunidad de oírlo personalmente: “Nosotros estamos aquí no por el Pentágono, sino en contra del Pentágono” y, dicho y hecho, expulsó a la misión militar americana en la isla. No obstante, Estados Unidos todavía durante el gobierno de Eisenhower, decidió contemporizar con el régimen y mandó un nuevo embajador, el Sr. Bonsal. Castro, ni lento ni perezoso, lo hizo esperar seis horas, de plantón, antes de recibirlo finalmente en el palacio de gobierno.
Todavía hoy se piensa que Castro apeló a la Unión Soviética porque los Estados Unidos no lo apoyaba. Lo último que quería Fidel Castro era un acuerdo con Estados Unidos, aun cuando durante algún tiempo escondiera sus verdaderos designios, y decía que su revolución no era roja, sino verde oliva. La sabiduría popular bautizó a su revolución de “melón”: verde por fuera y roja por dentro. Castro había llegado bajo el eslogan de restaurar la Constitución de 1940. Mis reservas respecto de dicha Constitución me las guardo por el momento, pero la misma disponía el llamado a elecciones, a lo que Castro respondió “para qué”. La realidad es que de haber habido elecciones en aquel momento, Castro podría haber obtenido más del 90% de los votos.
Pero la institucionalidad no era su objetivo y efectivamente el presidente Urrutia pasó a la historia con el apelativo de “cuchara” (ni pincha, ni corta). Al fin, al poco tiempo, Castro por televisión cambió la Constitución o el sistema presidencialista por uno supuestamente parlamentario, en el cual él mismo sustituía a Miró Cardona como Primer Ministro, pero con facultades extraordinarias. Las decisiones en dirección al autoritarismo, se sucedieron a pesar de que por algún tiempo la clase dirigente política, empresaria y periodista seguía “esperanzada”, contemplando la llegada de la revolución como una alborada.
Ya en 1961, los hechos eran evidentes y el rumbo estaba decidido cuando el propio Fidel Castro reconociera públicamente –en el Luna Park de Buenos Aires- que toda su vida había sido marxista-leninista. La política americana intentó un cambio y finalmente se planeó la fracasada invasión de la Bahía de Cochinos. Pero el Diablo metió la cola, y en las elecciones de 1960 ganó John Fitzgerald Kennedy, cuya visión del mundo se oponía ya a la tradicional de las instituciones americanas. Así, en su discurso famoso sobre América Latina dijo que -según tengo entendido proviene de las palabras de Mussolini-: “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país.” Con esas palabras revertía la doctrina de los Founding Fathers, según la cual la razón de ser del gobierno es la fefensa de los derechos individuales (rule of law) y no lo es la razón de Estado. Este período fue gráficamente calificado por Paul Jonhson, con el sugestivo título de El intento de suicidio americano.
Al olvidar aquel principio, la política americana hacia nuestro continente parte de un supuesto falso, que es que el sufragio universal per se y, consecuentemente, la ausencia de militares en los gobiernos- demostraría la vigencia de los valores de la libertad. Ignora, así, que en la mayor parte de nuestros países se desconoce la esencia misma del rule of law y peor aun, que en ellos el antiyanquismo determina la victoria en las urnas.
Al mismo tiempo, la política seguida con Cuba ignora el principio de Maquiavelo respecto a que “el que no va a usar la daga, no debe mostrar la empuñadura”. Ese principio fue seguido por Teddy Roosevelt cuando dijera: “speak soft and carry a big stick” (habla bajo y lleva un gran palo). Pues bien, el embargo convierte a Fidel Castro en el David que ha vencido al Goliat del imperialismo, por 48 años. Esta realidad empaña la imagen real de Estados Unidos en el continente, y yo diría que en el mundo. Se olvida, entonces, que la libertad que se disfruta en Occidente se ha debido, indudablemente, a la presencia de Estados Unidos en el mundo.
La revolución cubana hoy no es el mayor peligro en el continente, pero su persistencia es un símbolo del antiimperialismo prevaleciente, tras el cual se esconde la presencia del marxismo en América, aun después de la caída del Muro de Berlín. Es indudable que el peligro cruzó el Caribe y se trasladó a la República Bolivariana. Así, vemos los pasos sucesivos de Chávez, que siguen sin prisa pero sin pausa la evolución de la revolución cubana.
P.M.: ¿Considera usted el caso de la Dra. Hilda Molina, como una incongruencia del gobierno argentino en materia de derechos humanos?
A. Ribas: La Dra. Hilda Molina fue fundadora y directora del Centro Internacional de Restitución Neurológica (CIREN), y renunció a su cargo en protesta por el transplante de tejido cerebral de fetos para la supuesta cura del mal de Parkinson. Así, lo manifestó en declaraciones formuladas al Miami Herald, donde expresó lo siguiente: “que renunció al CIREN en La Habana porque se oponía a estos transplantes”, y agregó: “Durante los siete años que dirigió el centro, hizo 50 transplantes con fetos de 3 y 12 semanas, tomados de abortos terapéuticos.” La razón evidente por la cual Castro no permite la salida de la Dra. Molina es porque teme que divulgue la realidad de lo que se hace en el CIREN. Es decir, que tal como lo declara la Dra. Molina, se estarían haciendo abortos no terapéuticos o sea de madres a las cuales, aun sin su conocimiento, se le provocan los abortos.
Su reacción fue despedir al embajador argentino en La Habana, y además, forzar la salida del Ministerio de Relaciones Exteriores del asesor principal del desairado canciller Bielsa. Pero peor aun, la realidad de lo que ocurre en el CIREN, es lo que el gobierno argentino pretende ignorar. Después de todo, lo mismo hace Unión Europea bajo la influencia de Rodríguez Zapatero. Es evidente que la lucha ideológica permanece en el continente, legitimada ahora en algunos países por el sufragio universal.
Finalmente, quisiera cerrar esta entrevista recordando lo que nos dijera Tocqueville: “La experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno, es aquel en que empieza a reformarse…..El mal que se sufría pacientemente como inevitable, resulta insoportable en cuanto surge la idea de sustraerse a él. Los abusos que entonces se eliminan parecen dejar más al descubierto los que quedan, y la desazón que causan se hace mas punzante; el mal se ha reducido, es cierto, pero la sensibilidad se ha avivado.
Publicada en “Perspectivas Microeconómicas”
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