Parásitos es la mejor película del 2019 según el Oscar, y la mejor película que ví en el 2020. Es o parece de izquierda, pero no; la veo como una inteligente sátira del capitalismo tardío y los conflictos de clases.
Así la ve también su director, el cretivo Bong Joon Ho, quien no es un admirador del capitalismo y ha dedicado su filmografía a destacar los conflictos de clases en la sociedad de Corea del Sur. El Norte para él existe, aunque de manera muy subliminal. Es el miedo al norte en que hace que la casa/mansión gótica moderna donde trascurre la historia de Parásitos, tenga un bunker, y la antigua criada despedida, imita en tono burlón a las comentadoras de la televisión Norcoreana. Corea del Norte es el cuco que puede destruir a la idílica mansión del capitalismo surcoreano, pero es vieja y enferma como la criada que lo representa, y alimenta a quienes están encerrados en un sótano por decisión propia (la izquierda surcoreana), pero no puede sacarlos de allí.
Bong Joon Ho es crítico del capitalismo surcoreano, pero está plenamente consciente de la incapacidad de la izquierda radical de plantear alternativas creíbles al capitalismo. Como dijo el crítico literario marxista norteamericano, Frederic James, “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Por eso sus películas que tratan más del tema como Snowpiercer, Okja o Parásitos, tienen un ambiente claustrofóbico, de humor negro o moralmente ambiguo. En Parásitos por ejemplo, los ricos son ingenuos, naif, y su pecado verdadero, es vivir aislados totalmente de los que no tienen, mientras que los pobres, son mentirosos, manipuladores, y potencialmente violentos. Muy lejos del elogio del pobre y la demonización maniquea del rico que son comunes en las películas sobre la lucha de clases.
Esto ha incomodado a muchos izquierdistas, entre ellos un periodista español que trabajó para La Prensa, el cual se queja del “mal rollo que le dejó Parásitos”, como también muchos izquierdistas occidentales destacan que en Parásitos, tanto la familia rica como la familia pobre, son familias nucleares, racialmente homogéneas, dirigidas por machos heterosexuales. Se olvidan que los conflictos entre hombres y mujeres, con los inmigrantes, minorías raciales, y minorías afectivas sexuales tan importantes para la izquierda occidental, todavía no han llegado al Asia. Bong Joon Ho no tiene por qué inventarse conflictos que no existen en Asia por ahora.
Ahora bien. Muchas de las características del capitalismo coreano, así como del comunismo coreano, vienen de la cultura confuciana de ese país. Si Corea del Norte mezcla estalinismo y confucianismo para lograr una extraña distopía, Corea del Sur, Singapur, Taiwan y cada vez más la República Popular de China, con su “socialismo con características Chinas” han logrado un “capitalismo con características confucianas” que explican ciertas cosas que Parásitos critica.
Un capitalismo de mandarines. El Confucianismo era rígidamente meritocrático; China tenía una burocracia de mandarines, donde existían rigurosos exámenes para poder entrar a ella. Y los mandarines podían ser hijos de mercaderes, campesinos ricos, pero no eran una nobleza hereditaria como la europea. El capitalismo confuciano es así. Si vas a la escuela correcta, puedes ir a la universidad correcta, puedes luego entrar a trabajar a las empresas correctas y codearte con la gente correcta. Eso crea un sistema de estudios brutales, donde las familias de etnia china o coreana invierten en tratar de meter a sus hijos en las escuelas correctas, y pagan tutores después de clases. Los suicidios estudiantiles no son extraños. La presión y la competencia académicas son enormes. El maestro que garantiza buenos resultados es supervalorado en las sociedades confucianas y recibe honorarios por eso. Por algo los países confucianos marcan tan alto en las pruebas PISA. Pero la presión es enorme, porque fallar en los exámenes puede determinar una vida de marginación. Muchos estudiantes se suicidan por ello. Los hijos de las familias pobres tienen este problema; inteligentes y autodidactas, no pueden acceder a esta meritocracia confuciana porque no pudieron pasar por los canales correctos. Así que la única manera de acceder a la mansión es inventándose unos méritos. El Hijo se inventa créditos falsos, la hija un pasado falso en los Estados Unidos.
Un capitalismo dirigido. El modelo de capitalismo confuciano, tiende a ser autoritario. Muchos comparan el modelo asiático con el de la España de Franco o el Chile de Pinochet. Un desarrollo capitalista rápido, mediante un dirigismo estatal que favorece ciertas empresas estratégicas a cambio de otras. Y ciertas regiones a cambio de otras. Que crea ganadores y perdedores desde el Estado. El mismo boom artístico surcoreano actual es el producto de políticas públicas establecidas hace 25 años. La diferencia entre España y Chile es que en el fondo son países de cultura occidental donde este capitalismo autoritario tuvo siempre una fuerte resistencia y causa enormes resentimientos y una izquierda militante, mientras que el Asia, aunque los resentimientos están allí como lo demuestra Parásitos, éstos no son articulados en forma de una resistencia al sistema. En España y Chile, los pobres guiados por la izquierda quieren destruir el sistema, aunque sea desmembrando España como nación o quemando el metro y saqueando supermercados y colapsando el modelo como en Chile. En el mundo confuciano, los pobres lo que quieren es ver cómo entran a la meritocracia de la cual fueron excluídos, aunque sea haciendo trampa como en Parásitos.
Una crisis de bienes raíces mundial. Protestas, protestas. Mientras se estrenaba Parásitos, en el 2019 hay protestas en Barcelona, en Ecuador, en Buenos Aires, en Venezuela, en Hong Kong. Éstas tienen distintas causas, y distintas formas, pero llaman la atención dos protestas en países del Primer Mundo: en Barcelona y Hong Kong. En una, la causa aparente es el nacionalismo, en la otra, la dictadura de monopartido China, donde el partido comunista chino se ha convertido en una nueva burocracia confuciana. El problema de España, que estalló en el 2008, y el problema que tiene China y Corea del Sur que no ha estallado pero que estallará pronto, son políticas monetarias expansivas, con tasas de interés anormalmente bajas, que hicieron que sobrara dinero en la economía, penalizando el ahorro y estimulando el gasto. Y ese dinero que sobraba tenía que irse a algún lado, y se fue a los bienes raíces, que se podían comprar con hipotecas baratas. El resultado fue la gentrificación de los centros urbanos a nivel mundial, todo el mundo quería vivir allí; la especulación inmobiliaria, porque todo el mundo que podía sacar hipotecas, compró segundas o terceras viviendas, con la intención de especular. Los precios de las viviendas se dispararon y mucha gente ya no puede costearse una vivienda decente en un centro urbano con sus ingresos. Los pobres de Parásitos viven en un semisótano, en un Seúl que está a punto de ver como estalla una burbuja inmobiliaria.
La incapacidad de la izquierda anticapitalista de articular alternativas. Los pobres de Parásitos no quieren destruir el mundo de los ricos, quieren entrar a él aunque sea con trampas. El riesgo es quedar atrapados en el sótano, como el deudor original o el padre pobre que en una explosión de ira mata al padre rico. No hay alternativas creíbles al mundo de la mansión. El hijo pobre sueña con ser rico para poder comprar la mansión. Fuera de defender el viejo reformismo socialdemócrata a lo Stiglitz, o de proponer un nuevo reformismo socialdemócrata a lo Piketty, no hay nada que tenga credibilidad. No hay alternativas a la democracia liberal burguesa, a su mezcla de democracia representativa, libremercado económico, y asistencialismo social prusiano/socialdemócrata. Hegel y luego Fukuyama dijeron que ése era el Fin de la Historia, y parece que por ahora es así. Como dijo Margaret Thatcher, “no hay alternativa”. Los que quieren destruir la mansión terminan atrapados en el sótano, o en las facultades de sociología y humanidades en el mundo verdadero.
Esta última razón explica por qué la claustrofobia y el humor negro y pesimista del director. En Snowpiercer, los que no tienen se rebelan contra los que tienen y terminan causando una masacre, descarrillando el tren y terminando los supervivientes a merced del clima gélido y los osos polares. En Parásitos, el padre pobre termina encerrado en un sótano. No hay salida, o si la hay, puede ser peor.
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