Mucho se usa el término “demagogos”, pero poco estudiamos sus orígenes y efectos. “Demagogia”, del griego demos (pueblo) y ago (conducir); en otras, “cómo guiar al pueblo”; y la respuesta sería: de buena o mala manera. Lo ideal sería guiarlo con la verdad; lástima que la masa no gusta de la verdad y prefieren que los engañen. Y, a su vez, los politicastros han aprendido re bien lo “productivo” que es el discurso engañoso; aunque, a veces no sean engaño sino ignorancia.
Quizá el mayor ejemplo de asquerosa demagogia se dio con el COVID-19, cuando la politiquería sucia aprovechó la pandemia para engañar. Muchos líderes políticos y más allá, habrán creído que hacían bien, porque simplemente eran y son ignorantes y estúpidos; siendo este último aquel falto de inteligencia, torpe o necio. Pero, no dudo que también hay estúpidos inteligentes, que son los más estúpidos, puesto que son demagogos a ciencia y conciencia.
El demagogo es hábil jugando con las emociones del vulgo; es decir, del ignorante que no advierte que está actuando en contra de su bienestar. En tiempos de las cavernas los humanos, como animales que somos, ante el peligro, nuestros nervios producen catecolaminas (neuro feromonas) que envían señales a otras células, predisponiéndolas al combate o fuga. Hoy día ya no es el acecho de leones sino de fieras políticas que han aprendido a activar esas reacciones, haciéndonos perder la cordura para torcernos a sus bajos instintos.
Visto lo anterior, deberíamos entender que el buen político no debe ser un demagogo o engañador profesional. Pero, a eso no sólo nos hemos acostumbrado sino que votamos a favor de los más mentirosos, demagogos, cuyas engañosas promesas nos conducen al desastre. Y peor aún es que hemos llegado a rechazar al político que dice la verdad; esa que no nos agrada escuchar; tal como un Twitteo de hoy advirtiendo que bajando los impuestos se podría lograr mayores ingresos y más desarrollo económico. ¡No!, hay que sacarles más a los ricos; con lo cual la tramoya infernal se profundiza; igual que el enfermizo “no a la privatización” que favorece la pobreza.
Pero entonces surge la pregunta de por que los malos líderes son tan adictos a la demagogia. El asunto no es nada nuevo ya que Aristóteles usaba el vocablo para referirse a la corrupción. Es muy triste un pueblo que no saben distinguir entre la verdad y la mentira; o peor, que sí sabe e igual no les importa ya que se dejan llevar por la envidia y el odio.
Algunos destacan que la demagogia es una degeneración de la democracia; pero el problema con eso es no entender lo que es la democracia. En fin, no es la democracia sino la falaz democracia que conduce a la tiranía de mayorías que buscan salir de su pobreza económica e intelectual colgados de las bastas de pervertidos politicastros.
El demagogo es ducho no sólo en la mentira sino en la verdad torcida que muchas veces es más engañosa que la cruda mentira. Hoy vemos una noticia en la cual el gobierno celebra una emisión de bonos (deuda) para cubrir el déficit presupuestario. En este caso el engañoso político sabe que cuando llegue la época de pagar las deudas él estará en una mansión quien sabe dónde. Lo peor es que la mayor parte del gasto y deuda no es inversión sino malversación.
No olvidemos que la demagogia consistente en demonizar al emprendedor, al emprendimiento, al rico, a lo privado y tal, no es más que populismo barato, destructivo que conduce a la pobreza.
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