El COVID-19 mata. Pero también matan el hambre y los desórdenes sociales, de manera que el reto está en buscar un balance en el protocolo de atención al paciente, que somos todos. El problema que surge ante todo ello es que las realidades patológicas virulentas apenas las estamos conociendo; lo cual nos fuerza a tomar medidas sobre la marcha. Ello me trae a mente la forma en que los pilotos enfrentábamos las tormentas en tiempos antes del radar; digamos que con cuidado y mucho culillo. El asunto es que anoche escuchaba a un experto que bien valía la pena escuchar; al científico y tocayo John P.A. Ioannidis, profesor en prevención de enfermedades en la escuela de medicina e investigación y políticas (epidemiología)… y para que abunde, experto en estadísticas y ciencia de data biomédica. Como dirían en nuestro interior: ¡Meto!
Cuenta Ioannidis que el riesgo de morir por COVID-19 es algo así como el riesgo de morir en una ida en automóvil a Chiriquí. Y que el problema de muchas decisiones que se tomaron es que se basaron en data más que errada. Por un lado, la cantidad que moriría si Papachú gobierno no intervenía, hubiese sido inmensa. Pues, no lo fue. La realidad esta más cerca a uno de cada mil (1/1,000); es decir, 0.001… y nuevamente un ¡Meto! Bueno, entre los viejitos como yo y los que tienen problemas subyacentes, el asunto cambia.
Pero los problemas del COVID-19 y, en particular de las decisiones tomadas entre nubes, turbulencia y relámpagos, es que el virus crea cosas como más desigualdad, quiebre de empresas, pérdidas de plazas de trabajo, y una gran depresión económica. Y ni hablar que un endeudamiento brutal de parte del gobierno y de los empresarios, grandes, medianos y pequeños. ¿Cómo le hará el gobierno panameño para mantener al casi cuarto de millón de burócratas gubernamentales? Y ni hablar la ruma de subsidios que no subsidian. Lo cierto es que el encierro cada día produce problemas más y más grandotes.
Por un lado, está lo difícil de juzgar la efectividad del enclaustro y cierre de la economía que están creando problemas que muy bien pueden sobrepasar los del COVID-19, que es difícil, pero no menos la medicina; esa que ahora muchos ponen en tela de duda.
Dice Ioannidis que debíamos considerar ir soltando a los jóvenes no con miras a reactivar la economía, sino a que se infecten; con lo cual se logra la inmunidad del rebaño, que le cortaría las alas al COVID-19. Es decir… de que la mayoría se va a infectar o todos, no hay duda. El asunto está en proteger a los débiles hasta que salgan la vacuna y la cura. Pero ¡ya!, soltar a los jóvenes; y al abuelo John, lo encierran en su cuarto hasta que pase el temporal.
Y sí, la reapertura debe ser escalonada, pero ya. Algunos temas deben ser manejados a nivel del gobierno central, pero mucho no. La descentralización es esencial; ya que no podemos seguir pensando que tío gobierno es el Chapulín Colorado. ¡Y ojo!, con los tecnócratas, que fueron los que brincaron a cerrar y tal. El problema con muchos “expertos” es que lo son en su campo de especialización, pero no en todo el resto de las cosas que conciernen a la sociedad. Mala cosa cuando ellos deciden y nosotros pagamos; y no particularmente con dinero.
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