En estos días, el Ministerio del Interior del Reino Unido recibe miles de cartas, correos electrónicos y llamamientos a la ministra del Interior, Priti Pate, para la liberación del periodista australiano. Actualmente, ella tiene la clave del futuro destino de Julian Assange. Ella decide si este hombre puede ser extraditado o no a los Estados Unidos, al estado cuyos crímenes de guerra en Irak y Afganistán fueron publicados por Julian Assange en la plataforma WikiLeaks en 2010.
Si bien WikiLeaks se volvió una palabra peligrosa para los gobiernos del mundo debido a la gran cantidad de documentos filtrados elaborados por sus embajadas (incluso la de Panamá) y que pusieron al descubierto sus estrategias e intereses en diferentes países, una de sus publicaciones más serias fue, sin duda, los llamados “Papeles de Afganistán” que dejaron al descubierto las prácticas en la guerra en ese país, así como también en Iraq y en el centro de detención de Guantánamo. Desde entonces, Estados Unidos ha estado persiguiendo ferozmente al hacker periodista.
Yendo un poco atrás, los hechos que están a punto de resolverse en pocas semanas más, son acerca de la extradición o no a los Estados Unidos por parte de Reino Unido. El problema, especialmente para los que estiman que en el caso Assange se está juzgando el derecho a la información, es que el Tribunal inglés denegó la extradición exclusivamente por los problemas de salud y las condiciones de las prisiones estadounidenses, pero no porque considerara que los hechos que se le han imputado a Assange no son delitos en el Reino Unido. Por el contrario, la sentencia afirma que la condición de periodista no lo exonera de la responsabilidad penal por violar las leyes, lo cual ha generado un enorme rechazo y crítica contra la sentencia, que representa un gran fracaso ante la libertad de información.
Para el internacionalista Francisco Belaunde Matossian, esta última situación “es más complicada porque tiene que ver con el derecho a la libertad de prensa, pues él se puso en contacto con los medios más importantes del mundo para que se publicaran documentos considerados secretos de Estado”. Para el internacionalista, este asunto es el más complejo pues derivará en una larga discusión sobre la libertad de expresión y podría llegar hasta la Corte Suprema estadounidense.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Como es de público conocimiento, Wikileaks publicó en octubre de 2010 miles de documentos del Departamento de Defensa de Estados Unidos, que evidenciaban claramente la inutilidad de la invasión de Irak y sobre todo, revelaba las cifras reales de muertos, en especial, entre la población civil en ese país y en Afganistán. Esa información había sido hackeada y filtrada por la ex analista del Ejército norteamericano Chelsea Manning. Un Tribunal militar condenó a Manning a 35 años de prisión, pero tras cumplir siete años fue indultada por el Presidente Obama. El indulto de Manning sin embargo, no alcanzaba a Assange, acusado de diversos delitos, entre ellos, la conspiración para acceder a la información confidencial y clasificada (se afirma que fue él quien instruyó a Chelsea sobre cómo hackear al sistema), conducta que se encuadra en la Ley de Espionaje de 1917, que contempla incluso la pena de muerte; pero a su vez, hubiera sido imposible aplicarla sin la presencia de la indultada Manning, que fue su vía de acceso a la documentación.
No parece coherente que Manning fuera indultada del delito de sustracción por hackeo de documentos oficiales mientras que la acusación contra el divulgador de lo sustraído ha permanecido invariable durante todos estos años. Esa grave doble vara solo puede explicarse por el posible interés de la Administración americana en mantener su jurisdicción, dar un poderoso escarmiento público y en luchar contra la existencia misma de una fuente de información como Wikileaks, lo cual va, lógicamente, más allá del caso Manning.
Este caso también ha elevado a discusión pública sobre si existe el legítimo derecho de los Estados a tener secretos en nombre de su seguridad. Al igual que en el otro caso Snowden, ¿qué sucede cuando ese mismo estado comete acciones reprobables, a veces contra sus mismos gobernados y para ocultarlas acude a la figura de secreto de Estado?. El Estado debe ser transparente hacia sus ciudadanos, no a la inversa como nos están queriendo forzar a creer. Especialmente en Panamá lo venimos sufriendo a partir de los Panama Papers (obtenidos a partir de un hackeo/robo a un ente privado), que ha impuesto una narrativa sobre la transparencia de los ciudadanos hacia el gobierno. Pues no. Es exactamente al revés: quien maneja fondos del público, quien compromete a los ciudadanos en nombre del estado debe ser transparente en sus actuaciones.
Los hombres nacen libres, tienen derecho a su vida, propiedad y perseguir sus sueños y su felicidad siempre y cuando no dañen a terceros. El gobierno se erige para garantizar ese disfrute: ningún funcionario nunca podrá estar por encima de esta ley natural ( “las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados”.). Por cientos de años el mundo occidental se ha encargado con mayor o menor éxito, de perpetuar estos valores. Por lo mismo, lo que contemplamos hoy día, y no sólo con Julian Assange, es una vergüenza para el mundo occidental: un estado que controla la vida de sus ciudadanos, espía sus cuentas, accede a sus condiciones de salud, lo fuerza a poner su cuerpo por encima de su propio y privado interés; en fin, el lector podrá pensar y tener una idea mínima de cuántas cosas sobre él, sabe, controla y diseña el estado, y siempre en nombre de un bien superior que vaya uno a saber quién lo ha definido, siempre otros, menos uno mismo. Foucault nos contó sobre vigilar y castigar; Assange nos mostró sólo una parte de lo que se cuece en oficinas oscuras con funcionarios más oscuros aún que no rinden cuentas a nadie sobre su actuar.
El mundo está actualmente esperando la decisión de la Ministro del Interior británico, a quien ahora le toca el turno en el largo y muy complicado procedimiento legal y quien anunciará su decisión a la esfera global a mediados de este mes.
Si desea adherirse al movimiento global en contra de la extradición de Assange a los Estados Unidos, los mismos solicitan se les envíen cartas y/o correos electrónicos pidiéndoles que rechacen la extradición:
1. Correo electrónico firmado a Priti Patel (y Boris Johnson): dontextraditeassange.com
2. Carta a Priti Patel (franqueo: 1,10 €):
Rt Honorable Priti Patel
Secretaria del Interior
2 Marham Street
London
SW1 P4 D7
UK
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