Habernos acostumbrado al tamaño del mastodonte gubernamental y a lo profundo de su incursión en la vida de la población denota la malignidad de la patología que vive nuestra sociedad. Con sólo considerar el grado de confiscación fiscal existente en correlación con los resultados obtenidos debería ser obvio el problema. Pero así somos los humanos, realidad vertida en la historia bíblica de parte de la población judía que optó por no abandonar la esclavitud en Egipto al considerar las penurias que encontrarían en el desierto. Y en Panamá ciertamente encontraremos penurias muy pronto cuando ya no podamos seguir pagando los supuestos subsidios que muy poco o nada subsidian y son origen del estancamiento económico (y la decadencia política).
No creo podemos encontrar mejor ejemplo del grado de violación de nuestros derechos fundamentales que los vividos y por vivir en la encerrona del COVID; como si no fuésemos más que una gran masa semoviente. Jamás olvidaré que una vez al entrar en Albrook Mall con un profesor visitante extranjero, un policía en la entrada me increpó que tenía la máscara muy baja, cuando a unos metros de distancia había mesas de comensales de un restaurante sin máscaras; y eso sólo un minúsculo detalle de la locura desatada.
O, tal vez como cierta Big Tech clausuró nuestra revista electrónica por contenido inapropiado, referido a cosas como las que digo en este escrito. Sin embargo vieron bien las vacunas que poco o nada servían y que hoy admiten tienen efectos secundarios nada buenos. Pero del inmenso daño económico y social que pocos advierten aún está por delante, a raíz de la disrupción del mercado y los derechos humanos.
Poco conocido y entendido el introito de la Constitución de Panamá que literalmente establece: “Con el fin supremo de fortalecer la Nación, garantizar la libertad…” ¿Cuál libertad? ¿Acaso nuestros gobiernos se dedican a fortalecer la libertad, cuando hacen retenes delictivos, controles de precio, y violan toda clase de derechos?
¿Y cómo defender derechos cuando a través del tiempo hemos ido trastocando el sentido de las palabras?; tal como cuando un agente de tránsito viola tu derecho de transitar libremente para ver si dejaste vencer tu licencia, la placa o tal. Es decir, cometen un delito para ver si has cometido una falta.
Lo que pocos entienden es que nuestros derechos son como la respiración, que si dejas de hacerlo, feneces. Presenciamos casos de esta índole por todas partes y no los advertimos. O está el caso de los llamados “subsidios” que nadie sabe su cantidad y costo. Y lo peor es llamar “subsidio” a lo que no subsidia sino todo lo contrario. Y si buscas el antónimo de subsidio te vas a divertir o frustrar.
¿Y qué de los “derechos” espurios que surgen día a día, que más que derechos son cartas a Santa? Llamar “derecho” a lo curvo no tiene sentido; máxime cuando esos falsos derechos terminan siendo la causa de la pobreza, tanto económica como la pobreza de conocimiento. Los verdaderos derechos son cosas que ya posees, tal como la vida, el pensamiento, la palabra, casa, celular, etc.; cosas que nadie tiene la razón o derecho de quitarte, tal como la vida, la palabra, el transitar y las cosas que son de tu propiedad.
Bien lo señala Fin Andreen citando la primera oración de la Declaración de los Derechos Humanos: “La ignorancia, el olvido o el desprecio por los derechos humanos son las únicas causas del infortunio público y de la corrupción gubernamental.” Pero… cuando hemos delegado al corrupto colectivo político la educación de nuestros hijos; lo necio es pensar que no lo usarán para facilitar el pillaje.
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