Este es el tercer escrito de la serie que aborda, para luego de la cuarentena: 1) La reducción de impuestos. 2) Eliminación de impedimentos propios de las leyes laborales, y 3) Y… perfilar la gobernanza; en dónde “gobernanza”, según los buenos diccionarios, es “la manera de gobernar que, en varios sentidos, es sinónimo de gobernabilidad.
A su vez, el concepto de “gobernabilidad” es algo elusivo, dado que refleja diferentes o distintos matices. Para un gobierno y sus autoridades la gobernabilidad tiene que ver con el estilo que busca el respaldo popular de sus políticas. Pero para “libertófilos” como yo, la gobernabilidad va de la mano con algo señalado en el Preámbulo de nuestra Constitución: “…exaltar la dignidad humana…”, frase que viene precedida por: “Con el fin supremo de fortalecer la Nación, garantizar la libertad…”
Visto lo anterior, surge la pregunta: “¿Cómo fortalecemos la nación, garantizamos la libertad, al tiempo que exaltamos la dignidad humana? Pues ¡obviamente!, la garantía viene en mancuerna con la garantía de la libertad, que la Constitución, de salida, tilda como un “fin supremo”. Ahora, en atención a lo señalado surge otra pregunta: “¿Cómo garantizar la libertad?” Pues… conociendo lo que. Y es aquí que comienzan nuestros problemas de gobernabilidad.
La libertad queda enmarcada en nuestro derecho a la vida, esa que ni el mismo Creador nos negó, al uso y usufructo de nuestras facultades en respeto a los demás, y a la defensa de lo que es propio de cada quien. Y, redundantemente, lo propio de cada quien es la vida, la libertad y propiedad. Dicho de otra forma: Somos libres para hacer lo bueno y no lo malo. Pero en ello van surgiendo las contrariedades, particularmente cuando ni nos podemos poner constitucionalmente de acuerdo en lo más básico ya descripto; lo cual, desdichadamente, envilece y prostituye nuestra Constitución. Pero, no nos perdamos, que el tema es la gobernabilidad.
El propósito de un buen gobierno es el de coadyuvar a que la población cuide sus derechos básicos y esenciales, ya que, si ni eso puede hacer tío pueblo, es vano pensar que el gobierno y sus políticos la harán por ellos.
El gobierno está para defender nuestras vidas, pero no para dirigirlas. Es más, “gobierno” está definido como “la conducción arbitraria de una nave.” ¿Quieres tú que otro conduzca de manera arbitraria tu vida?; particularmente cuando las reglas del juego han sido prostituidas y orientadas a la salvaguarda de los bastardos intereses del estado profundo y no los de una población que delegó lo indelegable.
El título de este escrito habla de “impuestos”, lo cual, típicamente interpretamos en el sentido fiscal. Pero… ¿acaso lo que se le ha impuesto a la sociedad es sólo fiscal? ¡Por supuesto que no! Con el impuesto fiscal viene ligado el impuesto de una gobernanza diabólica en servidumbre. Más allá, el impuesto exagerado es el síntoma mórbido de la patología del estado profundo. Así, desde el momento en que se exageran los impuestos van en aumento los incentivos para la evasión, sea legal o ilegal.
El economista Daniel J. Mitchell, especialista en políticas fiscales y quien nos ha visitado en varias ocasiones en Panamá, nos asegura que una exageración en la carga económica fiscal termina empobreciendo a todos. No sólo es falso, sino absurdo, creer que el éxito económico de unos se traduce en menos ingreso para otros; por regla, es todo lo contrario. En un bote a remos el remero fuerte y enérgico no quita, sino que aporta a todos. Y, en todo caso, el interés del buen remero es el de fortalecer al débil, a fin de disminuir la carga. Y por otro lado, bien se ha demostrado en diversos estudios que, “todas las clases sociales tienden a subir o bajar su economía juntitos.” Tampoco es cierto la letanía de que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. Todo ello no pasa de ser odiosas mantras ideológicas.
En cuanto al “estado profundo” o “cuarto poder”, veamos que “el poder corrompe y cuando es absoluto corrompe de manera absoluta.” Si lo dudas date una vuelta de turista por Venezuela, Cuba o Corea del Norte o China. Así, vemos que, a través del tiempo, nuestros gobiernos se tornaron glotones, no sólo en cantidad sino en acaparamiento, es decir, dedicándose a cosas que no son propias de una sana gobernanza.
El costo del recaudo fiscal exagerado junto a la confusión de sus instrumentos fiscales es ilógico. Podríamos irnos a un impuesto único al consumo y prácticamente cerrar la DGI y todos salimos ganando… menos los zorros del gallinero.
Lo que sí les aseguro es que pronto el gobierno se quedará sin ingresos para pagar planillas, subsidios, inversiones alocadas sin sentido, particularmente en tiempos de COVID. En tal situación ¿qué creen que va a pasar? Pues… o nos ajustamos a la realidad o sufriremos consecuencias.
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