El recaudo fiscal exagerado convierte al estado en una entidad que en muchos sentidos es criminal. Y es que más allá del diezmo (10%) el gasto estatal no mejora la condición de su gente sino todo lo contrario. Bien se ha demostrado que al rebasar el recaudo justo para el encargo constitucional comienzan a pasar muchas cosas perversas, tales como: La economía se ralentiza y el ingreso personal y familiar disminuye, con todo y la supuesta transferencia de una vana asistencia social que alegan dar los politicastros. En síntesis, existe una correlación directamente inversa entre el tamaño del gobierno y la prosperidad; es decir, a más gobierno menos prosperidad.
En el caso de Panamá, hace rato que padecemos de un maligno neoplasma gubernamental. Y peor cuando con vamos tomando conciencia de que llega el momento en que los aumentos impositivos para alimentar al megalodón estatal termina disminuyendo el recaudo fiscal junto con el bienestar social.
Richar W. Rahn del instituto para el crecimiento económico global, nos alerta que el aumento de impuestos, tal como el de ganancias de capital, que dependen de una inclinación o disposición de vender bienes raíces o acciones, trastoca y perjudica al país. Si aumentas semejantes impuestos terminas cambiando ciertas actividades económicas y con ello otras que no advertimos y que son económicamente perjudiciales.
En los EE.UU. bajo el presidente Reagan con impuestos personales al 28% se recaudaba mucho más que con el 70% del presidente Carter. Es análogo a las bombas de agua, que para que funcionen hace falta cebarlas.
Cuando joven veía las cómicas del Pato Donald y de Rico Mc Pato, que se revolcaba en montañas de monedas de oro. Esas eran y son imágenes graciosas pero falaces, ya que ningún rico cuerdo guarda el dinero así; sino lo invierte y reinvierte, con lo cual va creando más y mejor economía para todos. Lo mismo no se puede decir del gobierno desmedido.
En los EE.UU. muchos candidatos de izquierda quieren instituir un impuesto a la riqueza, pensando que con ello van a costear sus alucinantes planes de un bienestar utópico. El problema con ello es que la riqueza no es cosa fija sino muy variable y subjetiva; y quienes lo proponen han perdido contacto con la realidad, o peor.
Creer que el emprendedor exitoso va a seguir invirtiendo y produciendo sólo para que lleguen los diputados a disque “redistribuirlo” es la madre de la ingenuidad. Y, nuevamente, ¿será tan difícil entender que el buen emprendedor es un recuso muy escaso que, como el buen corcel de carrera, corre mucho mejor cuando se le aflojan las riendas? Que el gobierno, por su parte, tiene el encargo de tirar de las riendas de los torcidos y no a los buenos corredores. Pero triste que ni jalar las riendas de los torcidos hacen bien. Y esto último es como los perversos retenes del tránsito que, son análogos a la captura de camarones con redes de arrastre: barren con el lecho marino, trastocando el balance biológico, para capturar unos cuantos camarones.
En resumen, es triste tener que hablar de impuesto ladrón, porque se supone que el ideal es guardar respeto por la autoridad. Pero, tristemente, la autoridad se gana y luego se mantiene con buenos ejemplos y no con esa propaganda paga que dice cosas como: “Estamos trabajando para ustedes”. No parece.
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